Contribución de la Biblia a la Sociedad Moderna

Se dice que la Biblia es la autobiografía espiritual de los judíos y de los cristianos y refleja su forma de vivir cotidiana, su desarrollo espiritual, cultural y moral.

Por lo tanto, su mensaje ha sido tomado muy en consideración durante el desarrollo de la civilización occidental, y su influencia se nota y se aprecia en la sociedad actual. La influencia de la Biblia es muy amplia. En este capítulo tocaremos sólo la contribución espiritual y ética de la Biblia y lo haremos en forma muy reducida y tangencial, mencionando tan sólo algunos temas importantes y señalando las fuentes.

La mayor y más importante contribución de la Biblia es el monoteísmo y con eso el monoantropismo, es decir, la creencia en un Dios Universal, incorpóreo y netamente espiritual, fuente de todo lo que es moral. El es el Padre espiritual de todos los seres humanos, por lo tanto éstos son hermanos y deben vivir y comportarse como tales (Salmo 133.1). La idea de la Biblia sobre Dios contribuyó a la civilización del hombre y lo hará también en el futuro.

El reconocimiento de la Paternidad Divina y de la Humani­dad Universal trae consigo la realización de la moral en todas las facetas y circunstancias de la vida (monoteísmo ético). Ni la fe, ni los sentimientos, ni las emociones, ni las supremas reflexiones son reclamados por las Escrituras, tan sólo la acción comprometida en pro del automejoramiento y por el mejoramiento del mundo. La acción hace a la persona y modifica al mundo. Para esta acción se dictan normas y preceptos.

El mundo es bueno, pero no es perfecto. O sea, existe la posibilidad de mejorarlo y los seres humanos tienen la capacidad para hacerlo. A veces el mundo parece estar corrompido, lo que se debe a los hombres, que no se dan cuenta de que el mundo ha sido creado para la vida y no para la muerte. Los bienes terrenales deben estar al servicio de todos los seres humanos en forma justa, quienes, por su capacidad y esfuerzo, deben trabajar por el bienestar de todos. Según el concepto bíblico, el progreso de la sociedad y la justicia social tienen que andar juntos.

El Decálogo es la Carta Magna de la dignidad moral y de la soberanía ética del hombre, que ha sido incorporada en el sistema jurídico de la sociedad occidental y ha penetrado en los ideales sociales y aspiraciones morales de todos los hombres inteligentes (Ex. 20.1-17; Deut. 5. 6-21).

El hombre ha sido creado de la tierra, por lo tanto es mortal junto a todos los seres (Gen. 3.19), pero el «Soplo Divino» lo hace diferente (Gen. 2.7). Como ser biológico, comparte el destino de todo ser vivo: tiene que recorrer un camino más o menos largo hacia la muerte, con leyes heredadas de supervivencia para la especie. Sin embargo, como un ser relacionado con la Otra Dimensión por medio del Soplo Divino, puede elevarse y radicarse en una esfera alta y tiene la posibilidad de razonar y elegir entre el bien y el mal.

Esta doble condición está expresada con todas sus contradic­ciones en el Salmo 8. En el plano cósmico el hombre es casi nada. Pero en el plano personal, puede llegar a ser «apenas inferior» a lo divino. La libertad está dada y la elección proviene de dentro y no de afuera. La Biblia, al dar a conocer su idea con respecto a la creación del hombre, no habla de blancos, negros o amarillos y tampoco de idiomas, sino de «hombre» sin distinción (Gen. 1. 26-28 y Gen. 5.1-2).

La dignidad espiritual del hombre se manifiesta en su capa­cidad de escoger entre el bien y el mal (libre albedrío). Todo depende de él, pero él tiene que asumir la responsabilidad por la elección (Deut. 30.15-20). El hombre es libre para escoger, no es el volantín del hado ciego o del destino inexorable. Puede ser colaborador de Dios en la permanen­te recreación del mundo, o puede ser un destructor; para ambas actitudes, tiene libertad y voluntad, tiene capacidad de razonar y elegir, y conoce la disciplina esencial de la responsabilidad moral.

«Santos seréis» (Lev. 19. 2). La santidad que exige la Biblia no es la «santidad de los tabúes», ni la de «no me toca», y tampoco de vivir separado del mundo y de sus problemas. Santidad significa la máxima pureza moral y ética y significa rectitud, justicia, amor, compasión, saber pedir perdón y perdonar. Sólo Dios es Santo, el hombre no puede llegar al nivel que El representa, pero puede y debe acercarse a este nivel y es su tarea en la vida: intentar ser cada vez más perfecto en su conducta moral, no en el culto religioso, sino en la vida cotidiana; no en fragmentos o sectores de la existencia, sino en todo lo posible y durante las 24 horas del día.

Las raíces del ideal democrático se encuentran en la Biblia, donde este concepto se basa en la hermandad e igualdad de todos los seres humanos y es un concepto más moral que político. El pueblo debe ser educado para la democra­cia, inculcándole la práctica incondicional de la justicia y de la rectitud, de las virtudes y de la honestidad. No existió democracia verdadera en Europa mientras la Biblia no fue divulgada entre las masas populares.

La Biblia enseñaba a liberar el espíritu del hombre, para que buscase la libertad y luchase por ella. El ejemplo era la historia del judaísmo ancestral. El pueblo judío respetaba, como máxima autori­dad, al Consejo de los Ancianos. En este Consejo todos eran iguales; había quienes tenían más sabiduría, más experiencia de la vida, ellos habían sido más respetados, más escuchados. Pero todos tenían el mismo derecho y las mismas obligaciones en el Consejo.

Los Ancianos prove­nían de las familias reconocidas y así su autoridad venía del pueblo y ellos trabajaban por el pueblo. Hay muchas refe­rencias a la actividad del Consejo de Ancianos en la Biblia, como por ejemplo: Jueces 11. 5-6; II Sam. 3. 17; II Sam. 5. 3; II Reyes 23. 1; I Reyes 12. 16. Fueron ellos quienes defendieron los derechos y la libertad antiguos del pueblo; restringieron el poder de los jueces y también de los reyes, y muchas veces se levantaron contra los reyes tiranos.

Cabe destacar que el poder monárquico o autocrático de los gobernantes fue restringido también por el ideal teocrá­tico, es decir, por el reconocimiento de Dios como el Rey de los Reyes (Jueces 8. 22-23; I Sam. 10. 19; I Sam. 12. 17-19; Deut. 17. 15; II Sam. 23. 3; II Reyes 11. 31). La Tora como Constitución, también restringió el poder de los reyes (Deut. 17. 18-19).Como notamos antes, el ideal democrático no es primordialmente político.

El hombre debe anhelar ser libre no sólo como ciudadano, sino más bien como individuo, como persona, como ser humano. Para eso ayuda mucho la Biblia, enseñando que el hombre tiene derecho a vivir bien en la tierra, pero no puede olvidar que su prójimo también tiene el mismo derecho. Los puritanos de Inglaterra reconocían haber aprendido mucho de la Biblia y lo mismo hacían los fundadores de la democracia en América. En el sello oficial de los Estados Unidos figura: «Proclamad la libertad para todos los habi­tantes del país» (Lev. 25.10).

Junto al ideal de la democracia política, pregona la Biblia la democracia espiritual, lo que significa el reconocimiento del derecho del individuo a ser diferente en la esfera políti­ca, social e intelectual (Salmo 118.20; 33.1; 125.4; Miqueas 4. 5), aceptando el pluralismo cultural y espiritual.

La Biblia presentaba la educación como obligación religio­sa (Deut. 6. 7). Es sabido, que ya en el antiguo Israel había un sistema educacional elaborado, que incorporaba tam­bién a los adultos, y ya a partir de 444 a.C. se introdujo la educación pública, colocando la enseñanza no sólo como obligación de los padres, sino también de la comunidad.

La Biblia impuso la filantropía como obligación social.

La Biblia ordenó, con la observancia obligatoria del Shabat, el descanso semanal para todos, como símbolo de la liber­tad y de la dignidad humanas, como el día de la renovación espiritual y física.

La Biblia rechaza los ídolos. Sin embargo, hay ídolos también en nuestros días: poder, autoridad, materialismo, hedonismo. Karl Jaspers agrega también el dogmatismo: «Nada es tan peligroso como la certeza de tener razón. Nada resulta tan destructivo como la obsesión de una verdad considerada como absoluta. Todos los crímenes de la historia son consecuencia de algún fanatismo. Todas las matanzas se han llevado a cabo en nombre de la virtud, de la religión verdadera, del nacionalismo legítimo, de la política idónea, de la ideología justa».

Suprimiendo estos ídolos y anulando fanatismos y dogmatismos vanos, se podría arribar al amor al prójimo. La Biblia nos enseña el método de llegar a esta finalidad aquí en la tierra.

Las desgracias no fueron promovidas por ninguno de los Testamentos, sino por los únicos responsables de la histo­ria humana: los hombres y sus instituciones, quienes no han querido comprender y aceptar las enseñanzas morales de la Biblia.

Mientras las culturas antiguas ponen la «Época de Oro» de la humanidad en el pasado, la Biblia la pone en el futuro y con eso da un objetivo para la vida: trabajar juntos por la realización del Reino de Dios, es decir, por la formación de una sociedad ideal, en la tierra, para toda la humanidad (Zacarías 14.9). No es un pueblo o una nación, y aún menos una persona, quien pueda llevar a cabo este gran proyecto, sino la unión mancomunada de todos los pueblos y nacio­nes.

Y si se pregunta ¿cuándo pasará esto? Cuando el hombre quiera construir y no destruir; cuando cada ser humano pueda vivir en su casa sin tener miedo; cuando la justicia brote como los ríos y la rectitud como la corriente de aguas; cuando las armas se transformen en instrumentos de trabajo; cuando las naciones no se preparen para la guerra; cuando en los puestos importantes de la vida pú­blica se encuentren hombres y mujeres de manos limpias y corazones puros; cuando los pueblos y naciones decidan andar por los caminos del verdadero humanismo; cuando la humanidad se transforme en una y la tierra también sea unida y esté protegida de la destrucción.

Este concepto del Reino de Dios en la tierra es un concepto de esperanza y confianza, que da finalidad a la vida y ofrece optimismo con respecto a la posibilidad de perfección de la raza humana. Considera importante y meritorio el esfuerzo del hombre. Asegura valor a los ideales y brinda coraje a los idealistas. Pero la espera no puede ser pasiva. Se debe hacer algo para que el tiempo mesiánico se concrete y nos aproximemos a él. Esta tarea requiere una modificación de conducta hacia el bien, hacia el hombre íntegro con todos sus valores. Se debe creer que la marcha de la historia puede ser modificada y el hombre debe comprometerse para modificarla.

Para el pueblo del Antiguo Testamento, el Mesías o la época mesiánica todavía no ha llegado. Para el pueblo del Nuevo Testamento, el Mesías ya llegó, pero todavía no ha termina­do el proceso de la Salvación; El regresará para completar­lo. Mientras se lo espere y se lo aguarde, el hombre tiene que esforzarse para que sea cada vez mejor desde el punto de vista ético (parausia). En este sentido, el mensaje de ambos Testamentos es similar.

El individuo no es siempre consciente de sus obligaciones, o las considera tan pesadas, que cree no tener capacidad para cumplirlas. Por lo tanto, la Biblia promueve no sólo la formación del individuo, sino también su transformación en miembro de un grupo definido, en un pueblo. Cuando este pueblo no podía vivir como nación, lo ayudaba a transfor­marse en comunidad y luego como tal, pertenecer a la sociedad que lo rodeaba.

Hay un dicho antiguo que dice: «En la unidad está la fuerza». La historia del Pueblo del Antiguo Testamento ha comprobado la validez y el valor de este dicho y el Pueblo del Nuevo Testamento también mantuvo y amplió las formas de la vida comunitaria. Durante la historia posterior, las comunidades, formadas y guiadas por las ideas del profeta Oseas, sirvieron no sólo como ejemplo para otras instituciones, sino también contribuye­ron mucho al progreso moral, ético y social de los pueblos y de las naciones.

El mensaje del profeta Oseas habla acerca de la justicia, recti­tud, derecho, lealtad, compasión, fidelidad y conocimiento; todas estas cualidades son necesarias para que la humanidad tenga un mundo mejor (Os. 2.19 – 20).

La humanidad actual está fragmentada, carece de una unidad de ser. Tiene todo, sin embargo no hay integración; está desinte­grada. Posee una enorme riqueza y al mismo tiempo un tremendo vacío interior e interhumano. La Unidad de Dios apela a la Unidad Humana. El mesianismo anhela un mundo universalista. El final de los tiempos es la realización de una humanidad familiar, entre los hijos del mismo Adán.

Las ideas centrales que la Biblia anuncia son:

a) Creación

b) Revelación

c) Redención.

No basta saberlas: debemos experimentarlas, vivirlas en nuestra labor cotidiana. La Creación toca el «qué»; la Revelación el «por qué»; la Redención tiene una dimensión histórica: pasado, presente y futuro.

Según la Biblia, la vida es una larga respuesta a una sola pregunta: ¿Dónde estás, hombre? (Gen. 3. 9).


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