La Estrella de Belén

Misterio Navideño

«Nacido Jesús en Belén de Judea en los días de Herodes, el rey. He aquí que unos magos, venidos de las regiones orientales, llegaron a Jerusalén diciendo: «¿Dónde está el Rey de los Judíos que nació? Pues vimos su estrella en el oriente y venimos a adorarle.»

Expediciones internacionales de astrónomos son cosa a que el hombre moderno hace tiempo está acostumbrado. En 1954 Suecia fue invadida por estos expertos del cielo estrellado. Hombres de ciencia de todo el Mundo acudieron a los países escandinavos con el fin de observar un eclipse total de Sol. Al acudir los sabios procedentes del Oriente a Palestina, puede haberse tratado de algo parecido?

Desde hace muchos siglos el relato del evangelista San Mateo relativo a la estrella del Mesías ha ocupado más y más la fantasía de las gentes. Tanto los profanos como los expertos se dedicaron a este tema llenando páginas y más páginas de literatura. La «estrella de Belén» ha sido atribuida a todos cuantos astros cruzan la bóveda celeste, y a muchos más, imaginados por la fantasía.

Que se trató de una aparición sidérea de clase muy extraordinaria se deduce claramente del texto bíblico. Por lo que a apariciones celestes se refiere, es cosa que compete a los astrónomos dilucidar su origen y de ellos es de quienes puede esperarse una aclaración de acuerdo con los conocimientos modernos.

Si se supone que fue una repentina aparición en el firmamento, sólo pueden darse, exceptuando a los bólidos, dos posibilidades: se trata de un cometa o se trata de una estrella nueva, lo que los científicos llaman «nova.»

Semejantes suposiciones fueron ya hechas hace siglos. Así, el escritor sagrado Orígenes, que vivió hacia el año 200 en Alejandría, escribió: «Soy de opinión de que la estrella que se apareció a los Magos en las tierras de Oriente, fue una estrella nueva que no tenía nada que ver con las que se nos muestran en la bóveda celeste o en las capas inferiores de la atmósfera. Seguramente pertenece a la clase de los astros que, de tiempo en tiempo, acostumbran aparecer en el aire y que los griegos, que suelen diferenciarlos dándoles nombres que hacen referencia a su configuración, les designan unas veces con el nombre de cometas, viguetas ígneas, estrellas con cola, toneles, o con otros muchos nombres.»

Los cometas con sus colas, que a veces se extienden hasta cubrir una mitad de la bóveda celeste, han conmovido profundamente y siempre los ánimos de las gentes. Eran considerados como presagios de acontecimientos especiales. No es, pues, de admirar que este espectáculo, el más bello de todos los fenómenos celestes, se relacionase con la estrella de los Magos de Oriente. Los artistas se dedicaron a representar ese bello motivo; en muchos de los belenes, tan populares en ciertos países, representando el nacimiento del niño Jesús, aparece sobre el portal de Belén un resplandeciente cometa.

Las excavaciones y los hallazgos de escrituras han proporcionado un cuantioso material relativo a los fenómenos astronómicos acaecidos en los pasados milenios. Existen dibujos y observaciones procedentes de los griegos, de los romanos, babilonios, egipcios y chinos.
Después del asesinato de César, a poco de los idus (I) del mes de marzo del año 44 antes de J.C., apareció un brillante cometa. En el año 17 de nuestra era apareció también de repente otro cometa con una magnífica cola que, en los países mediterráneos, pudo observarse durante toda una noche. El siguiente cometa de importancia apareció en el año 66, poco antes del suicidio de Nerón.
En el intermedio existe un relato de mucha precisión procedente de los astrónomos chinos. En la enciclopedia Wen-hien-thung-khao del sabio chino Ma tuanlin, se dice sobre dicha aparición:
«En los primeros años del (emperador) Yven-yen, en el 7.° mes, el día Sin-uei (25 agosto), fue visto un cometa en la parte del cielo Tung-tsing (cerca de Mu de los Gemelos). Se desplazó sobre los U-Tschui-Heu (Gemelos), salió de entre Ho-su (Cástor y Pólux) y emprendió su carrera hacia el Norte y penetró en el grupo Hienyuen (Cabeza del León), y en la casa Thaiouei (Cola del León)… En el 56.° día desapareció en el Dragón Azul (Escorpión). En conjunto, el cometa fue observado durante 63 días.»

El detallado relato de la antigua China contiene la primera descripción del célebre cometa Halley, aquel magnífico astro con su vistosa cola que se acerca cada 76 años a las proximidades del Sol. Por última vez apareció entre los años del 1909 al 1911. En el año 1986 volverá a gozar la Tierra del raro espectáculo. Pues recorre puntualmente su órbita a través del espacio. Pero no es siempre, ni en todas partes, visible con la misma intensidad. Así, en el año 12 antes de J.C. constituyó un acontecimiento celeste y fue visible con todo detalle. En cambio, ni en los países del Mediterráneo, ni en Mesopotamia ni en Egipto se hace, en aquella época, mención alguna de un cuerpo celeste tan luminoso e impresionante.

Lo mismo puede decirse de las «estrellas nuevas.» Estas «nova» son astros que, debido a una explosión atómica, liberan repentinamente grandes masas de materia. Su luminosidad, sobrepujando al brillo de todas las demás estrellas, es tan extraordinaria, tan fuera de lo acostumbrado, que casi siempre se habla de ellas.

En la época del cambio de la era, sólo por dos veces se habla del incendio de una nueva estrella. Esto ocurrió el año 134 antes de J.C., y el año 173 de la era cristiana. Ninguna de las antiguas fuentes de información ni tradición alguna menciona, ni la presencia de un cometa, ni de una «nova» observada en este año o en la cuenca del Mediterráneo.
Poco antes de la Navidad, el 17 de diciembre de 1603, el matemático imperial y astrónomo de la corte Juan Kepler estaba sentado en plena noche en el Hradschin de Praga, sobre el río Moldava, observando la aproximación de dos planetas. Este fenómeno se designa por los astrónomos con el nombre de «conjunción,» palabra que sirve para indicar qué dos planetas se hallan situados en el mismo grado de longitud. A veces, los planetas se acercan tanto que pueden llegar a parecer una sola estrella de gran luminosidad. Aquella noche, Saturno y Júpiter se dieron cita en la constelación de los Peces.

Al volver a calcular sus posiciones Kepler descubre, de repente, un relato del rabino Abarbanel que da pormenores sobre una extraordinaria influencia que los astrólogos judíos atribuían a la misma constelación. El Mesías tendría que venir durante una conjunción de Saturno y de Júpiter en la constelación de los Peces.
La conjunción ocurrida en la época del natalicio del Niño Jesús ¿habría sido la misma que Kepler estaba observando en el año 1603?
Conjunción de Mercurio, Júpiter y Saturno, en diciembre del año 1603, según Kepler. Kepler hizo sus cálculos y los repitió varias veces. Era científico y seudocientífico, astrónomo y astrólogo, adherido a aquella enseñanza que ya el Codex Justinianeus había considerado equivalente, en cuanto a penalidad al crimen de envenenador. El resultado de sus cálculos fue la observación de una triple conjunción dentro de un mismo año. El cálculo astronómico señaló para la fecha de este fenómeno el año 7 antes de J.C. Según las tablas astrológicas, tuvo que haber ocurrido el año 6 antes de J.C. Kepler se decidió por el año 6 y remitió la concepción de María al año 7 antes de la era cristiana.

Kepler dio a conocer su fascinante descubrimiento en una porción de libros. Pero este esclarecido genio y descubridor de las leyes relativas a los planetas, designadas con su nombre (leyes de Kepler), acabó por dedicarse casi exclusivamente a la mística. Como consecuencia de ello, la hipótesis de Kepler fue desechada durante mucho tiempo hasta que, por fin, cayó en el olvido. Sólo en el siglo XIX los astrónomos se acordaron de ella. Pero faltaba la posibilidad de una clara demostración científica.

Y esta demostración la procuró la ciencia de nuestro siglo.
En 1925 el erudito alemán P. Schnabel descifró unos trazos cuneiformes procedentes de un célebre Instituto técnico de la antigua escuela de Astrología de Sippar, en Babilonia. Entre interminables hileras de escuetos datos relativos a las observaciones, se encuentra una noticia sobre la situación de los planetas en la constelación de los Peces. Júpiter y Saturno vienen cuidadosamente indicados durante un período de cinco meses. ¡Y esto ocurre, referido a nuestro cómputo, en el año 7 antes del nacimiento de Cristo!

Los arqueólogos y los historiadores tienen que reconstruir pacientemente la imagen de una época mediante la observación de documentos y de restos de edificios, estudiando los hallazgos realizados en las excavaciones, acoplando los fragmentos y los restos. Para el astrónomo moderno la misión resulta más fácil. Puede volver atrás a voluntad el reloj del mundo; en el Planetarium le es dado ajustar el cielo estrellado tal como estaba algunos milenios atrás, en cualquier año, en l cualquier mes, y hasta, con toda precisión, en un determinado día. De igual manera puede precisar la situación de los planetas en la bóveda celeste.

En el año 7 antes de nuestra era hubo, en efecto, una conjunción de Júpiter y de Saturno en la constelación de los Peces y, precisamente, según calculó Kepler, tuvo lugar tres veces consecutivas. Los cálculos matemáticos prueban que esa triple conjunción de los planetas debió de ser visible en condiciones muy favorables desde el espacio del Mediterráneo.

En la efemérides de los encuentros planetarios aparece de la siguiente manera en los sobrios datos facilitados por los modernos cálculos astronómicos:
Hacia el final del mes de febrero del año 7 antes de J.C. atravesaba el firmamento la citada constelación. Júpiter pasó de la constelación Acuario para encontrar a Saturno en la constelación de los Peces. Como el Sol, en aquella época, se hallaba también en la constelación de los Peces, su luz los ocultaba. El 12 de abril ambos planetas efectuaban su orto helíaco a una distancia de 8 grados de longitud en la constelación de los Peces. «Orto helíaco» es como se designa por el astrónomo la primera salida de un astro en el crepúsculo matutino.
Tercera conjunción de Júpiter y Saturno el 4 de diciembre del año 7 a. de J.C., en la constelación de los Peces.
El 29 de mayo tuvo lugar, visible durante dos buenas horas en el cielo de la mañana, la primera aproximación, con una diferencia de cero grados de longitud y 0,98 grados de latitud a los 21 grados en dicha constelación.
La segunda conjunción tuvo lugar el 3 de octubre a los 18 grados en la constelación de los Peces.

El 4 de diciembre fue visible por tercera y última vez, la aproximación de los planetas Júpiter y Saturno. Esta vez a 16 grados en la propia constelación de los Peces. A fines de enero del año 6 antes de J.C., el planeta Júpiter pasó de la constelación de los Peces a la del Carnero.

«Hemos visto su estrella en el Oriente» (Mt. 2:2), se dice en la traducción, poniendo esta frase en boca de los Magos. Los críticos entendidos en los textos sagrados descubrieron que, en el original, las palabras «en el Oriente» suenan así: «en tae anatolæ,» es decir, en singular; en otro lugar el concepto de «Oriente» se expresa «anatolai,» es decir, en plural. A la forma singular «anatolæ» se le atribuye astronómicamente una especial circunstancia, dado que con ello se entiende la salida temprana de los astros, es decir, el llamado orto helíaco.
Prosiguiendo en esta crítica del texto, la traducción, para ser clara según el lenguaje técnico de los expertos, es decir de los astrónomos, tendría que ser ésta:
«Hemos visto aparecer su estrella en los resplandores del crepúsculo matutino.» Así habría correspondido exactamente a las circunstancias astronómicas.
Pero ¿por qué, entonces, la marcha de los Magos hacia Palestina, siendo así que el fenómeno era también visible en Babilonia?

Los observadores del cielo en Oriente, como astrólogos que eran, atribuían a cada estrella un significado especial. Según la opinión predominante en Caldea, la constelación de los Peces era el Signo de la Tierra de occidente, de las tierras del Mediterráneo; según la tradición judía era el signo de Israel, el signo del Mesías. La constelación de los Peces está al final de una vieja trayectoria del Sol y el principio de una nueva. ¡Nada más propio para considerar aquel signo como el fin de una era y el principio de otra!
Júpiter era considerado por todos los pueblos y en todos los tiempos como la estrella de la fortuna y de la realeza. Según las antiguas tradiciones de los judíos, Saturno tenía que proteger a Israel; Tácito lo pone al mismo nivel que al Dios de los judíos. La astrología babilónica consideraba al planeta del anillo como estrella especial de los vecinos países de Siria y Palestina.
Desde Nabucodonosor muchos millares de judíos vivían en Babilonia. Muchos de entre ellos pueden haber realizado sus estudios en la Escuela astrológica de Sippar. Una aproximación tan esplendente de Júpiter y Saturno, el protector del pueblo de Israel, en la constelación del «País de Occidente,» del Mesías, tiene que haber conmovido a los astrólogos judíos. Pues según la interpretación astrológica significaba la aparición de un rey poderoso en la Tierra de Occidente, en la tierra de sus padres. ¡Asistir a ello, verlo con sus propios ojos, este fue el motivo del viaje de los Magos, conocedores de las estrellas, procedentes del Oriente!

El 29 de mayo del año 7 antes de J.C. observaron el primer acercamiento de ambos planetas desde la azotea de la escuela de Astrología de Sippar. En esta época, en el País de los Dos Ríos hace ya un calor insoportable. El verano no es tiempo para emprender largos y fatigosos viajes. Además, sabían que la conjunción volvería a reproducirse el 3 de octubre. Así como calculaban los eclipses de Sol y de Luna, podían calcular anticipadamente la situación que ocuparía la citada constelación. Teniendo en cuenta que el 3 de octubre se celebraba la festividad judía de la Reconciliación la debieron de considerar como aviso, emprendiendo por aquellos días su viaje.
La duración de éste siguiendo las rutas de las caravanas, y a pesar del medio más rápido de transporte que representaban los camellos, debía de ser larga. Si se calcula un mes y medio como duración aproximada, los magos debieron llegar a Jerusalén a fines del mes de noviembre.

«¿Dónde esta el Rey de los judíos que nació? Pues vimos su estrella en Oriente y venimos a adorarle. Al oír esto, el rey Herodes se turbó, y toda Jerusalén con él» (Mt. 2:2-3).
Para los conocedores de las estrellas del País de Oriente ésta tenía que ser la primera y lógica pregunta; y esta sencilla pregunta es natural que produjera pánico, en Jerusalén, dado que en la Ciudad Santa nada se sabía de las escuelas de Astrología.

Herodes, el odiado tirano, tuvo miedo. El anuncio de que nacía un rey le hizo temer la llegado atérmino de su soberanía. En cambio, el pueblo sintió un estremecimiento de alegría, según se hace patente en otras fuentes históricas. Aproximadamente un año después de la conjunción de los dos planetas en la citada constelación de los Peces despertóse un fuerte movimiento en pro del Mesías. El historiador judío Flavio Josefo explica que por aquel tiempo se extendió entre el pueblo el rumor de que, al terminar la dominación romana, Dios había decidido anunciar por medio de una señal divina el advenimiento de un soberano judío. Herodes, que había sido nombrado por los romanos, no era en realidad sino idumeo.

Herodes no titubeó: «Reunió a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas del pueblo y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías.» Éstos se pusieron a estudiar los viejos textos sagrados de su pueblo y encontraron la indicación en el libro del profeta Miqueas, que setecientos años antes había vivido en el reino de Judá:
«Mas tú, Belén Efratá, eres pequeña para figurar entre las regiones de Judá; de ti me saldrá quien ha de ser dominador en Israel…» (Miq. 5:1).

Herodes hizo entonces llamar en secreto a los Magos y «los envió a Belén» (Mat_2:4-8). Cuando, el 4 de diciembre, Júpiter y Saturno se encontraron de nuevo en la constelación de los Peces, «se alegraron con gozo sobremanera grande» y se dirigieron a Belén. «Y he aquí que la estrella que habían visto en Oriente, les precedía» (Mat_2:10).
En el camino de Hebrón, a unos 7 kilómetros de Jerusalén, se halla situada la aldea de Bet Lahm, el antiguo Belén de Judá. La vieja senda que en su tiempo había sido ya recorrida por Abraham, lleva casi exactamente de Norte a Sur. En su tercera conjunción los planetas Júpiter y Saturno se unieron en tal forma que parecían formar una sola estrella. En el crepúsculo vespertino eran visibles en dirección Sur de manera tal, que los Magos de Oriente, en la ruta que seguían desde Jerusalén a Belén, siempre tenían a la estrella ante sus ojos. La estrella iba, en efecto, tal como dice el Evangelio, precediéndoles.

Cada año millones de personas oyen en el Mundo la historia de los Magos de Oriente. La «estrella de Belén,» símbolo inseparable de la Navidad, acompaña también a los seres humanos durante toda su vida. En las enciclopedias y sobre las tumbas tiene también su lugar junto a la fecha del nacimiento.
La cristiandad celebra la fiesta de Navidad del 24 al 25 de diciembre. Astrónomos, historiadores y teólogos han llegado, entre tanto, a la conclusión de que el 25 de diciembre del año cero no es la fecha auténtica del nacimiento de Jesucristo, ni por lo que hace referencia al año ni al día. Responsables de ello son algunos errores y equivocaciones de cálculo cometidos por el monje escita Dionisio el Exiguo. Vivía éste en Roma y en el año 533 recibió el encargo de determinar cuál debía ser el principio de la nueva era. Olvidó tener en cuenta el año cero que debía ser intercalado entre el año uno antes y el año primero después de J.C. Además, dejó de contar los cuatro años en que el emperador romano Augusto había reinado bajo su propio nombre, Octavio.

El relato bíblico contiene una indicación expresa: «Nacido Jesús en Belén de la Judea en los días de Herodes el rey…» (Mt. 2:1). Quién era Herodes, cuándo vivió y cuándo reinó se sabe por numerosas fuentes de información de aquella época. Herodes fue nombrado por Roma rey de Judá el año 40 antes de J.C. Su reinado terminó con su muerte el año 4 antes de la era cristiana. Jesús, por tanto, tuvo que haber nacido antes de dicho año.
El día 25 de diciembre es mencionado por primera vez como festividad de Navidad en el año 354. Bajo el emperador romano Justiniano 2 fue reconocido legalmente como día festivo. En la elección de este día desempeñó un papel preponderante una festividad de la antigua Roma. En esta urbe el 25 de diciembre era el «dies natalis invicti,» el «día del nacimiento del jamás vencido,» el día del solsticio de invierno y además, en Roma, el último día de «las Saturnales» que hacía tiempo habían degenerado en un carnaval, consistente en una semana de desenfreno y, por tanto, en un tiempo en que los cristianos podían sentirse más seguros de no ser perseguidos.

Además de los historiadores y de los astrónomos, les correspondería también a los meteorólogos dar su opinión al fijar la fecha del nacimiento de Jesús. Según el evangelio de San Lucas «… había unos pastores en aquella misma comarca que pernoctaban al raso y velaban por turno para guardar sus ganados» (Lc. 2:8).
Los meteorólogos han realizado medidas exactas de la temperatura en Hebrón. Esta localidad, situada al sur de las montañas de Judá, tiene el mismo clima que la cercana Belén. La curva de la temperatura ofrece heladas en tres meses: en diciembre, 2,8° bajo cero; en enero, 1,6° bajo cero, y en febrero, 0,1° bajo cero (temperaturas Celsius). Los dos primeros meses ofrecen, al propio tiempo, las precipitaciones más altas del año: 147 milímetros en diciembre y 187 milímetros en enero. Según los resultados de las investigaciones hasta el día realizadas, el clima de Palestina no ha sufrido sensible modificaciones durante los últimos 3.000 años, de manera que los datos meteorológicos modernos pueden servir de base.

En tiempo de Navidad reina en Belén la helada y cuando la temperatura es mínima, en la Tierra Prometida no debía de haber ganado en los prados. Este hecho viene reforzado por una noticia del Talmud según la cual en aquellos lugares los rebaños salían al campo en el mes de marzo y eran recogidos a principios de noviembre. Casi ocho meses permanecen al aire libre.
Alrededor de la época en que celebramos las Navidades los rebaños permanecían en Palestina en los establos y, con ellos, los pastores.
El relato del evangelio de San Lucas habla, por tanto, del nacimiento de Jesús antes de la entrada del invierno y la mención de la brillante estrella que se hace en el Evangelio de San Mateo se refiere al año 7 antes de la era cristiana.

Fuente: W. Keller, Y la Biblia tenía razón.

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