Las Señales Antes del Fin ¿Qué podemos esperar?

En este capítulo del Evangelio de Mateo, Jesús habla de las señales que precederán a su segunda venida. Incluyen guerras, hambres, pestes, terremotos, apostasía y el levantamiento de falsos profetas. Jesús también advierte a sus discípulos que deben estar preparados para el fin, y que deben mantenerse fieles a él hasta el final.

El capítulo 13 del Evangelio de san Marcos forma la base de este discurso. San Mateo ha adoptado casi sin variaciones el texto de san Marcos, salvo algunos intercalados. Es nueva la sección comprendida entre los v. 26 y 28 del capítulo 24. En el discurso sobre la misión de los apóstoles (Mat_10:17-21) san Mateo ya había empleado el texto de las persecuciones de Mar_13:9-13.

Aquí san Mateo no lo repite por completo, sino solamente en dos frases (Mar_24:9.1 3s). En sustitución de lo que omite, ha intercalado la sección 24,10-12. En la introducción san Mateo dice con más claridad que san Marcos que los discípulos preguntan a Jesús por la «señal de tu parusía y del final de los tiempos». En Mar_13:4 permanece confuso el verdadero objeto de la pregunta.

La gran importancia del discurso de san Mateo está en que este evangelista lo configura de una forma todavía mucho más resuelta que san Marcos en una advertencia a la vigilancia. Ha añadido un número mayor de textos de la colección de discursos que expresan este pensamiento (S,13). A la parábola de las vírgenes (Mar_25:1-13) añade la de los talentos (Mar_25:14-30) y una detenida descripción del juicio final, en que dictará la sentencia el Hijo del hombre (25,31-49. Mediante estas ampliaciones se ha formado un gran discurso sobre el fin del mundo y la actitud de los discípulos ante el juicio.

San Mateo probablemente ha concebido como una unidad de composición los ataques contra los escribas y fariseos en el capitulo 23 y el discurso sobre el fin de los tiempos en los capítulos 24 y 25. Este doble discurso entonces sería el quinto dentro del evangelio. De aquí también resulta que la usual formulación conclusiva (que siempre permanece igual) no está después del capitulo 23, sino del 25 (26, 1). Es muy difícil explicar especialmente la primera parte que procede de san Marcos 13, y que en la interpretación todavía es objeto de controversia.

No podemos abordar todas las cuestiones particulares y tampoco necesitamos hacerlo, porque san Mateo dice claramente que el discurso versa sobre la señal de la parusía y del final de los tiempos (Mar_24:3b). Así, para él recae desde el principio la interpretación del discurso en la destrucción de Jerusalén y en aquella manera de pensar, que en la destrucción de Jerusalén en cierto modo querría ver prefigurados (perspectiva profética) los acontecimientos del fin del mundo. Para él y para el tiempo en que escribió, la destrucción de la ciudad santa ya pertenece al tiempo pasado y es entendida como castigo sobre la generación incrédula (cf. 22,7).

Pero ahora la mirada del evangelista se dirige hacia adelante. Aunque Mateo conserve muchos pasajes sueltos de san Marcos, que están adaptados al estrecho horizonte de la ciudad de Jerusalén y del país de Judea (por ejemplo 24,15s), sin embargo no tienen ningún peso decisivo ni por la resuelta dirección de la mirada de 24,3b, ni sobre todo por la gran cantidad de material nuevo que aporta.

a) La destrucción del templo (Mt/24/01-02).

1 Salió Jesús del templo, y, según iba caminando, se le acercaron sus discípulos para hacerle notar las construcciones del templo. 2 él les dijo: ¿No véis todo esto? Pues os aseguro que no quedará aquí piedra sobre piedra; todo será demolido.

Aquí de nuevo se nos recuerda que Jesús, según la descripción del evangelista, estuvo todo el tiempo en el templo (21,23). Allí siguieron una tras otra las controversias, con las tres parábolas y el gran discurso contra los escribas y fariseos. Ha entrado en el templo con autoridad y allí le han saludado los niños como Mesías (21,15s).

En el templo ha enseñado. En el corazón del mundo judío lanza su acusación demoledora contra los intérpretes de la ley. Ahora sale del sagrado recinto, después que ya lo ha dicho todo a la masa del pueblo y a sus dirigentes. Los discípulos son quienes, al abandonar el santuario, le hacen notar los suntuosos edificios.

El templo de Herodes, en cuya edificación se trabajó durante varias décadas (aproximadamente, entre el año 20 ó 19 a.C. y el 63 d.C.) era el radiante centro de atracción de la religión judía y, además, ejercía su influjo en los pueblos circunvecinos. Muchos lo contaban entre las siete maravillas del mundo.

En aquel tiempo, su fábrica debía de brillar con vivos y resplandecientes colores. Aunque lo había levantado con tanta magnificencia, no un judío creyente, sino un extranjero de Idumea, Herodes I, todos los judíos estaban orgullosos de su fabulosa suntuosidad. Durante muchos siglos se habían tenido que contentar con la modesta construcción, erigida provisionalmente después del destierro de Babilonia por orden de Zorobabel. Si bien no quedaba rastro de palacio real, de reino independiente y de autoridad política alguna, el santuario brindaba un centro de unión y constituía motivo de renovada alegría.

Con una sola frase, Jesús anuncia que este esplendor será destruido hasta los cimientos. No quedará aquí piedra sobre piedra. No se dice en qué circunstancias, con qué motivo, en qué tiempo ni por medio de quién ocurrirá tal destrucción. Pero para Jesús el hecho es cierto por clarividencia profética. Así también Amós había predicho la destrucción de Samaría, y Jeremías la devastación de Jerusalén.

La desintegración interna del pueblo, el definitivo apartamiento de Dios que se alejará de su pueblo (23,38), le incapacitan para tener un templo y celebrar en él los actos de culto. Casi es una necesidad histórica que el templo haya de ser arrebatado a Israel. Solamente un pueblo entregado a Dios con corazón indiviso puede presentarse ante él y ofrecer allí sus dones en sacrificio. Para Jesús, la destrucción del santuario es la consecuencia externa de la obstinación interior.

También está latente el misterioso gobierno de Dios, aunque no se indique en la breve frase citada. Ya una vez Dios había pegado fuego con su propia mano al santuario, como lo había contemplado el profeta Ezequiel en una visión inaudita (Ez 9-11).

Dios es tan soberano, que incluso puede permitirse algo tan terrible como destruir su propia casa, si por parte de los hombres ya no se cumplen las condiciones que hacen que el templo sea el recinto del verdadero culto ante le divina presencia. El año 70 d.C. el templo fue reducido a escombros por un soldado romano que había arrojado un tizón a una ventana del ala norte del edificio, con lo que el fuego se propagó a toda la construcción de madera.

Para entender las partes siguientes hay que añadir todavía unas palabras. El tema y la verdadera declaración de los versículos son la llegada del Mesías al fin de los tiempos y los signos que preceden esta llegada. Esta declaración se describe parcialmente con expresiones e imágenes que están tomadas de un ambiente espiritual debido al tiempo. Suponen el concepto del mundo de la antigüedad y muchas ideas particulares de la literatura apocalíptica que entonces florecía.

Tenemos que hacer la tentativa de separar entre sí la verdad aludida y la manera de declararla, de una forma parecida como nos resulta necesario hacerlo en el relato de la creación del primer capítulo del Génesis. En lo que se declara sobre el fin de los tiempos, todavía es más difícil que en las declaraciones sobre el tiempo primitivo encontrar los correspondientes medios de expresión, ya que en el fondo tienen que anunciarse cosas inefables con palabras e imágenes humanas contenidas dentro de ciertos límites.

Pero estas palabras e imágenes que aquí se emplean, hay que concebirlas más como indicación del tema aludido que como su descripción. No nos atasquemos en ellas, sino intentemos comprender por medio de ellas el mensaje que se anuncia.

b) Los comienzos de las tribulaciones (Mt/24/03-08)

3 Mientras él estaba sentado en el monte de los Olivos, se le acercaron los discípulos para preguntarle a solas: Dinos: ¿Cuándo sucederá esto y cuál será la señal de tu parusía y del final de los tiempos? 4 Y Jesús les contestó: Mirad que nadie os engañe. 5 Porque muchos vendrán amparándose en mi nombre y dirán: Yo soy el Mesías, y engañarán a muchos. 6 Habéis de oír fragores de guerras y noticias de guerras. ¡Cuidado! No os alarméis.Porque eso tiene que suceder, pero todavía no es el fin. 7 Efectivamente, se levantará nación contra nación, y reino contra reino, y habrá hambres y terremotos en diversos lugares. 8 Todo esto será comienzo del doloroso alumbramiento.

También aquí, todo este discurso está dirigido solamente a los discípulos. Sólo está pronunciado para los fieles que han logrado «conocer los misterios del reino de los cielos» (13,11). Los discípulos primero preguntan por la hora y la señal del fin. Jesús no da ninguna respuesta a la pregunta sobre la hora, y más tarde dice expresamente en un pasaje decisivo que nadie la conoce, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino solamente el Padre (24,36). La pregunta muy enigmática, que siempre surge en tiempos agitados, también preocupaba entonces a los discípulos. La misma importancia tiene para ellos la señal del fin. En aquel tiempo había toda una literatura sobre este particular.

La teología de los escribas también se había dedicado a este punto y había recopilado muchos textos de los libros más antiguos de la Sagrada Escritura. Especialmente el libro de Daniel produjo gran efecto. Es el primer libro apocalíptico que fue recibido en la Sagrada Escritura. Si el hombre no obtiene ninguna seguridad sobre la hora, de forma que pueda calcular el término, sin embargo pregunta por las señales, con las que puede orientarse.

¿Existen estas señales que indican que ha llegado la hora? Jesús exhorta expresamente a reconocer las «señales del tiempo» y vitupera a los que están como ciegos y no las ven (/Lc/12/54-56).

Forma parte de las tareas del discípulo de Jesús estar atento a estas señales con oído sutil. Dios no sólo habla privadamente a cada alma y oficialmente mediante el mensaje de la Iglesia, sino también por medio del tiempo y de los vaivenes de la historia. Con todo, los discípulos tienen que precaverse de igual modo, tanto de la apatía indolente, como del nerviosismo angustioso. En lo que sigue, Jesús da instrucciones para guardar la debida actitud ante las «señales».

En la antigüedad se llamaba parusía a la venida de un monarca o a la prodigiosa aparición de un Dios. Junto con los demás escritos de la Iglesia primitiva, san Mateo emplea esta expresión para designar la segunda venida del Mesías. Será una venida, de la cual sólo son débiles indicaciones la recepción de un emperador en una ciudad con pomposa ostentación y la fe en la manifestación de un Dios entre sus seguidores. Será la venida por antonomasia, después de la cual no hay que esperar ninguna más. Juan el Bautista pregunta desde la cárcel: ¿Eres tú el que tiene que venir? (11,3).

Jesús sólo le indica las señales por medio de las cuales hallará el camino para lograr una respuesta a su pregunta. La primera venida del que debía venir, estaba en la señal de la ocultación de la divinidad y tenía que ser buscada y reconocida con la fe. La segunda venida será puro descubrimiento; en lugar de la fe que inquiere, se pondrá la visión imponente. Coinciden la parusía del Hijo del hombre y el fin del mundo. La venida de Cristo es la introducción de este fin, su primer acto. Con la idea del fin, como con la idea del comienzo, se da un dictamen en la manera de entender la historia y el hombre.

Solamente hay historia en el tiempo. El tiempo procede de un comienzo e impulsa a una conclusión. Estamos en la corriente del tiempo y, por tanto, estamos en la historia, por eso nuestra vida está constantemente orientada hacia una decisión que está determinada de parte del comienzo y del fin.

El cristiano puede comprenderse a sí mismo y a su encargo por el comienzo, por el origen, al que tiene que agradecer su propia existencia. Sólo puede encontrar la dirección de su proceder en la mirada a un fin, que para él es personalmente el fin de su propia vida. Y así el hombre y la historia están mutuamente enlazados.

En la decisión ante el fin de la propia vida se lleva a cabo simultáneamente la decisión ante el fin del mundo. La preparación para el fin y la orientación de la propia vida en vista de este fin ya significa para el cristiano un ejercitarse para la parusía de su Señor.

Falsas señales que han de ofuscar y seducir, son las afirmaciones de personas que digan que son el Mesías. Se proveerán de este nombre y engañarán a muchos. Con este nombre se alude a la pretensión de ser el definitivo Salvador que precede a la última perfección del mundo y que al mismo tiempo la introduce.

Hubo personas que suscitaron las esperanzas de mostrar el camino de la dicha, bienestar y salvación definitivas; hubo otros que eligiendo distintos miembros de la Iglesia reunieron una comunidad de «puros y santos» para disponerlos para la última perfección; hubo otros que creyeron que podían indicar la hora exacta del fin, y se sintieron sus últimos mensajeros.

Con cuánta frecuencia ha sucedido ya así, y cuántos han sido engañados! Estas señales forman parte del «último tiempo», que transcurre desde la resurrección de Cristo en adelante. Jesús dice: «Mirad que nadie os engañe.»

La segunda señal, contra la que previene Jesús, son guerras espantosas con sus devastaciones. Tendrán una envergadura mayor que las guerras entonces conocidas entre tropas enemigas. Se levantarán naciones y reinos enteros unos contra otros. Añádase finalmente catástrofes de la naturaleza, como hambres y terremotos, que sobrevendrán en muchos lugares y perturbaran a los hombres. En todo eso no se debe ver el anuncio del fin, sino solamente el principio de su «doloroso alumbramiento». Así pues, éstas no son señales del fin anunciado como inmediato, según se afirman con frecuencia en alguna secta.

Aquí no se califican las guerras y catástrofes como males absolutamente necesarios, que simplemente forman parte de la historia y de la naturaleza y han de tomarse tal cual son. Nuestro discurso más bien ve en ellas señales pavorosas, con las cuales se anuncia el nacimiento de la nueva era. Estos temibles azotes del género humano pertenecen a este tiempo del mundo que está expirando.

Solamente en este sentido son necesarios, por lo cual se dice: «Porque eso tiene que suceder.» En este pasaje tampoco se habla de cómo los hombres deben reprimir el efecto destructor de las catástrofes e impedir las guerras. Eso resulta de la misión universal del hombre y de los sentimientos de amor que Dios reclama. Pero aquí solamente se contraponen las dos edades del tiempo del mundo. El nuevo mundo de Dios no conocerá nada de todo esto.

c) Exhortación a la perseverancia (Mt/24/09-14)

9 Entonces os entregarán al tormento y os matarán, y seréis odiados por todos los pueblos a causa de mi nombre. 10 Y entonces muchos fallarán, y se traicionarán unos a otros y se odiarán mutuamente, 11 y surgirán muchos falsos profetas y engañarán a muchos, 12 y con el crecer de la maldad, se enfriará el amor en muchos. 13 Pero quien se mantenga firme hasta el final, éste se salvará.

Es curioso que siempre se vuelva a hablar de persecuciones. En la gran sección sobre la instrucción a los discípulos había hablado Jesús de ellas con insistencia (sobre todo 10,17.21). En el discurso contra los fariseos ya anticipa lo que amenazará al mensajero cristiano de la fe por parte de los adversarios judíos. Se les azotará en las sinagogas y se les dará muerte (23,34s). En ambos casos se evoca hostilidad por parte de los judíos.

El mismo Jesús la experimenta y sus propios discípulos no podrán tampoco evitarla. «Un discípulo no está por encima del maestro, ni un esclavo por encima de su señor» (10.24). Dios es extranjero en el mundo, a Jesús «los suyos no lo recibieron» (Jua_1:11). Mientras el mundo está descuidado y el espíritu maligno tiene poder, perdurará este extrañamiento, que a menudo degenera en hostilidad. ¿Debe, pues, sorprender que la hostilidad aumente con mayor fuerza en los últimos tiempos, cuando el mundo antiguo, abandonado a la muerte, debe ser vencido por el mundo nuevo de la vida gloriosa?

Los discípulos serán «entregados», como fue entregado Jesús y se le dio muerte. Jesús fue puesto en manos de los hombres, en manos de judíos y gentiles (Jua_20:18 s). En el último tiempo las persecuciones no sólo las promoverán los judíos, sino también los gentiles. «Seréis odiados por todos los pueblos a causa de mi nombre». La tribulación de los discípulos se extenderá con la amplitud con que se difunda el mensaje. Se experimentará el escándalo de este nombre en todas partes en que vivan verdaderos discípulos que se reúnan en nombre de Jesús (cf. 18,20).

Porque Jesús no ha venido a traer la paz entre el bien y el mal, sino la espada de la separación (cf. 10,34). Pero la tribulación no sólo procede de fuera, sino también de dentro, de las mismas comunidades cristianas. Y estas aflicciones y calamidades quizás todavía sean peores. Muchos fallarán, es decir, su fe perderá su fuerza y se dejará seducir. La consecuencia es que también entre ellos estalla el odio que les alcanza desde fuera. Más aún, incluso «se traicionarán» unos a otros, como lo hacen los poderes enemigos.

Aquí el escándalo revela su más profunda malicia, porque se ha abierto camino en medio de los discípulos, cuyas fuerzas ha minado. Los discípulos debían precaverse del escándalo, y hacer lo posible por impedirlo. Eso tenía validez con respecto a los «pequeños» en las propias filas (18,6) y con respecto a los conciudadanos judíos (17,27). Pero los escándalos ya están firmemente instalados en la comunidad y no pueden ser extirpados antes de la separación definitiva. Sólo cuando el Hijo del hombre venga a juzgar, recogerá de su reino a todos los que suscitaron escándalo y los enviará al eterno castigo (13,41s).

Este es un hecho amargo para la Iglesia y para su testimonio en el mundo. El testimonio de Dios se presenta mutilado a los creyentes, porque debiendo ser un solo corazón y una sola alma, reina en ellos la desunión, e incluso el odio.

Para nosotros los hombres es difícil comprender por qué Dios tolera tamaño desorden. ¿Excedemos el límite de lo que nos dice la parábola de la cizaña y su explicación? También aquí en último término debe tratarse de la insensatez «de la cruz», que, en realidad, es poder de Dios y sabiduría de Dios (cf. 1Co_1:24). La debilidad que la Iglesia y nosotros mismos experimentamos con tales escándalos, ¿no tiene más fuerza para desencadenar el poder de Dios que el «vigor» aparente de una orgullosa conciencia de superioridad por parte nuestra?

También aparecerán falsos profetas en las propias filas y confundirán a muchos. Asimismo es sensato calcular que no todos los que llevan el nombre de Jesús en los labios y hablan del cristianismo, son verdaderos profetas del Mesías, que él ha enviado (1Co_23:34). Los falsos profetas se encubren mañosamente con piel de oveja, aunque sean lobos rapaces (1Co_7:15). Aparentan que son piadosas ovejas del rebaño como las demás. En realidad son sus mortales enemigos, en cuanto se cae su piel de oveja.

Sólo hay una posibilidad, o sea conocerlas en su verdadero modo de ser, es decir. observar cómo se han formado sus frutos, o sea sus obras. ¿Son obras de la «ley» bien entendida y del amor, o bien son obras de la «maldad» y de la dureza de corazón? La comunidad debe partir de este criterio e intentar la separación, aunque sin juzgar precipitadamente (1Co_7:1). Pero no deben ser victimas de los seductores ni ser engañados por ellos.

Prevalecerá el desenfreno. Será este un rasgo típico que caracteriza terriblemente a los falsos cristianos, a quienes Jesús también trajo la verdadera ley. Como los demás cristianos, abandonaron la antigua ley de Moisés, pero no han abrazado la nueva ley del amor. Se han colocado en una tierra de nadie, sin sujetarse a ninguna ley. Eso tiene que degenerar en anarquía y desenfreno totales, que ahora se disimulan con la capa de la libertad cristiana. Lo cual no sólo es contrario a lo que dice el Evangelio, sino que entraña un trastrueque total. Una frase sola bastará para expresar esta degeneraci6n: Se enfriará el amor en muchos.

Se traiciona la verdadera misión y la única vocación del discípulo: a saber la misión y vocación de amar. Cuadro aterrador, que abarca desde el tiempo intermedio presente hasta el fin de los tiempos y que al evocarlo no está ausente la propia experiencia del evangelista y de su Iglesia, condensada en estas palabras ( 1Co_24:10-12). En pleno discurso sobre el fin del mundo, se percibe de nuevo una conmovedora exposición de lo que interesa a los discípulos de Jesús. A pesar de los peligros de fuera y de dentro es posible salvarse.

Para conseguirlo sólo se requiere perseverancia y paciente firmeza. Pero quien se mantenga firme hasta el final, éste se salvará. La salvación del individuo es obra de Dios, en él debemos abandonarnos con pura confianza, porque para Dios todo es posible (cf. 19,26). Ya hubo tiempos en la historia de la Iglesia que estuvieron colmados de tal obscuridad e incluso los mejores se sintieron asaltados por la duda. Pero también ellos perseveraron y, a pesar del desamparo en que se hallaban y el fracaso de lo que intentaron hacer, se mantuvieron firmes y no vacilaron.

14 Y este Evangelio del reino será predicado en toda la tierra como testimonio para todos los pueblos. Y entonces llegará el final.

Todo esto puede parecer difícil y sombrío, pero la confianza irradia en este versículo con resplandores de victoria. Porque el mensaje que Jesús trajo, no resultará estéril. Lo que ocurre con la semilla, también sucede con la palabra, que en muchos sitios perece, pero en algunos produce un fruto ubérrimo (23,8). El evangelio vivirá, aunque muchos, a quienes está confiado, mueran interiormente y ya no estén a la altura de lo que requiere el Evangelio.

El mensaje se difunde por el mundo y hablará a todos los pueblos del amor del Padre Dios. El Evangelio sigue apremiando sin detenerse hasta que haya alcanzado este objetivo, porque la obra de Dios no puede fracasar, aunque tenga que propagarse a pequeños pasos y con éxitos modestos. Sólo puede llegar el fin, cuando haya ocurrido que se haya proclamado «el evangelio del reino en todo el orbe».

Con este versículo tampoco es posible calcular la hora del fin del mundo. Porque puede ser muy diferente el modo con que se predique el Evangelio y llegue a los oídos de los hombres. Tampoco se dice que cada uno de los hombres tenga que tomar la decisión personal de si acepta o no acepta la palabra. Sólo se puede concluir que se establecerá definitivamente el reino de Dios, cuando se haya pregonado en toda la tierra y haya sido dado a conocer a los hombres.

d) La gran tribulación de Jerusalén (Mt/24/15-22).

15 Cuando veáis, pues, la abominación de la desolación, la anunciada por el profeta Daniel instalada en el lugar santo -entiéndalo bien el que lee-, 16 entonces, los que estén en Judea huyan a los montes, 17 y el que esté en la terraza no baje a recoger lo que hay en su casa, 18 y el que esté en el campo no vuelva atrás para recoger su manto. 19 ¡Ay de las que estén encintas y de las que estén criando en aquellos días! 20 Rogad para que vuestra huida no sea en invierno ni en sábado. 21 Porque entonces será la tribulación tan grande, como no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá jamás. 22 Y si no se abreviaran aquellos días, nadie se salvaría: pero en atención a los elegidos se abreviarán los días aquellos.

Esta sección es muy digna de notarse. Contrasta vivamente con la anterior. En aquélla se habló de la difusión universal del mensaje y de la amplitud del riesgo, aquí solamente se piensa en Judea. Allí estaban en primer término los peligros internos, aquí los externos. Pero los peligros no sólo están causados por los perseguidores del cristianismo, sino por la gran tribulación. En primer término hay que pensar en terrores históricos y cósmicos, como ya fueron indicados en las guerras, terremotos y hambres (24,7).

Aquí todavía resulta más claro que predomina un sonido extranjero. Para nosotros no es fácil deducir, de este extraño lenguaje metafórico apocalíptico, el pensamiento de Jesús. Pero éste no puede ser otro que lo que se dijo antes en la exhortación a perseverancia (24,9-14): en cualquier aflicción es necesaria la perseverancia y la paciencia; el que persevere hasta el fin, se salvará (24,13).

Aquí también tenemos que intentar descubrir la misma advertencia. En el libro del profeta Daniel se habla muchas veces de una abominación de la desolación, con lo cual en el tiempo en que tuvo su origen el libro de Daniel, se aludía a un pequeño altar pagano para sacrificios, erigido por el rey de Siria Antioco IV el año 168 antes de Cristo, y -en esto consistió la espantosa abominación- sobre el gran altar de los holocaustos en el templo (*).

Este altar de los holocaustos es el «lugar santo», no fue destruido por la acción del rey enemigo de los judíos; pero fue profanado idolátricamente. La profanación del santuario es lo especialmente alarmante que enardeció a los judíos de aquel tiempo para la lucha apasionada en favor de sus cosas sagradas y de su independencia nacional. Ocurrirá de nuevo una profanación semejante y será una de las señales del fin que sobreviene. Actualmente nadie está en condiciones de decir con seguridad a qué se hace referencia con este acontecimiento.

Esta observación probablemente procede de una manera de pensar, que aún tenía a Jerusalén por el centro del mundo, y al templo como el lugar más santo del mundo, ya que allí se adora al verdadero Dios. Si se repite una vez más lo que hizo el rey de Siria -pero con una medida mayor y de un modo más significativo para todas las naciones-, ésta es una señal clara de los últimos días. Pero sobre todo es importante estar alerta y prestar atención a las señales de Dios en el tiempo. La magnitud de la tribulación se muestra en que sólo queda la posibilidad de la huida.

Se describen las prisas y el agobio de la huida con indicaciones particulares plásticas. Nadie debe volver atrás, porque está mandado apresurarse lo más posible. Será especialmente duro para las madres embarazadas y las que estén criando. En invierno también se añaden penas complementarias. Si la huida tuviera lugar un sábado, se tendría que infringir la prescripción sabática de los escribas, dando más de mil pasos.

La expresión «ni en sábado» muestra con la máxima claridad el limitado horizonte judeojudaico e indica la influencia de una mano ajena. La huida siempre ha sido un trance y una prueba especiales, incluso en nuestros días, en que casi constantemente se hallan desplazados varios millones de personas. Pero el hombre quiere ser caminante y no fugitivo. El viandante conoce el término y lo busca con alegría, el fugitivo corre hacia lo incierto y vive con temor. En cualquier huida puede percibirse algo de la tribulación del tiempo final, como en cualquier guerra, en cualquier hambre y en cualquier terremoto.

Pero los discípulos deben saber que nunca se prueba su paciencia con exceso. La deben sostener la esperanza y la confianza. Si los poderes del espíritu maligno fuesen desencadenados, quedaran sin estorbos y pudieran desfogarse, entonces nadie se salvaría. Pero siempre hay un límite, porque Dios sostiene con vigor en la mano las riendas de la historia. No deja destruir su plan y tiene poder para reprimir el infortunio. Dios abreviará los días y la fuerza del mal. Los elegidos que han perseverado con paciencia y con fe, deben ser reunidos y «resplandecerán como el sol en el reino de su Padre» (13,43).

e) La parusía del Hijo del hombre (Mt/24/23-31).

23 Entonces, si alguien os dice: Mirad aquí al Mesías, o allí, no lo creáis, 24 porque surgirán falsos profetas que harán grandes señales y prodigios, para engañar, si fuera posible, aun a los mismos elegidos. 25 Mirad que de antemano os lo he dicho.

Ya fueron anunciados los falsos profetas. Son una verdadera plaga de los últimos tiempos (Dan_24:11; Dan_7:15). Pero todavía es peor que se presenten los que afirman que son el Mesías. Para la gran masa del pueblo permanecía Jesús desconocido durante su actividad pública como Mesías. Esta dignidad de Jesús solamente se hizo ostensible desde arriba al grupo de los doce (Dan_16:17), y a muchas personas particulares que le aclamaron como Hijo de David. La gran entrada mesiánica en la ciudad de Jerusalén también tenía que ser interpretada y entendida debidamente con la fe (Dan_21:1-11).

Así sucederá también después de la resurrección, en la que el Padre confirmó a su Hijo como Mesías, pero también concedió esta seguridad sólo a los creyentes. De lo contrario no hubiese podido ocurrir que fueran perseguidos los profetas, sabios y escribas enviados por él (Dan_23:34). Así pues, la mesianidad de Jesús está oculta de un modo peculiar antes y después de su resurrección. El mismo ha dicho que al fin podrá ser conocida con plena claridad y con inequívoca seguridad (cf. 23,39; 26,64).

Ahora solamente existe el camino de la fe. Por eso ciertos individuos pueden jactarse de ser el Salvador, y otros incluso pueden esperar en él. Y así es posible que los judíos creyentes aguarden hasta el día de hoy la llegada del Mesías. A través de la obscuridad de la fe es posible cambiarla y mantenerse firme en favor de ella engañándose a sí mismo.

Su poder de seducción puede ser tan grande que incluso obren señales y prodigios que causen asombro en los hombres. Los falsos profetas ya son un peligro para los elegidos, y mucho más lo son los falsos Mesías. Si Dios lo permitiese, los elegidos podrían ser víctimas de estos Mesías y podrían ser seducidos

El Apocalipsis de san Juan traza una imagen plástica de los dos tipos -el pseudomesías y el pseudoprofeta- en los dos animales que suben del mar y de la tierra (Rev_13:1-8). Los falsos profetas y los falsos Mesías publican que vienen en nombre de Dios y de la religión, y con ello disimulan su diabó1ico arte de seducción. Los efectos grandiosos, que son recibidos como «prodigios», no son, sin embargo, señal del espíritu del bien que se testifique en ellos.

Incluso curaciones y milagros asombrosos, que no pueden clasificarse entre las leyes de la naturaleza que conocemos, por sí solas todavía no demuestran que son obradas por la virtud de Dios. Tampoco es éste el caso, si se trata de obras que son llevadas a cabo en nombre de la religión. En todas partes está al acecho el peligro de desorientar y confundir al verdadero Mesías, que sólo busca la gloria de Dios, con los falsos Mesías, que buscan su propia gloria.

26 Si os dicen, pues: Mirad que está en el desierto, no salgáis; mirad que está en la habitación secreta, no lo creáis. 27 Porque, como el relámpago sale de oriente y se deja ver hasta occidente, así será la parusía del Hijo del hombre. 28 Donde esté la carroña, allí se juntarán los buitres.

Cuando venga el verdadero Mesas, el Hijo del hombre, entonces cualquiera lo notará. No será preciso buscarlo. Nadie tiene que correr al desierto, de donde se esperaba al Mesías según muchas opiniones judías. El desierto era el gran tiempo en que el pueblo estaba unido con su Dios y lo conducía Moisés a su primavera. Así como la salvaci6n empezó en el desierto, así también terminará en el desierto (cf. Ose_12:10). Allí el Mesías reunirá a su pueblo y lo unirá con Dios. ¿Aparecerá el Mesías en el desierto?

El desierto es la zona de la soledad, pero el día del Hijo del hombre será una revelación. El desierto es la zona del silencio, pero la llegada del verdadero Mesías ocurrirá con un sonido intenso que no se puede dejar de oír. Tampoco es preciso ir a buscar al Mesías en las habitaciones secretas. Si surgen voces de que está aquí o allí, desde el principio no se les debe dar fe, porque será de una forma totalmente distinta. Se ha de ver en todas partes el relámpago, que cruza el cielo nocturno. Desde el oriente hasta el occidente resplandece su fulgor, no es preciso buscarlo. Todavía más diáfana es la otra imagen.

La carroña del campo atrae los buitres, que la encuentran con la seguridad certera de sus sentidos. No es preciso que nadie la señale. Así también se encuentra al Hijo del hombre por sí mismo, sin que se le tenga que indagar su paradero. Su venida será vista por todos, su presencia los atraerá irresistiblemente. Es una venida rebosante de poder.

29 Inmediatamente, después de la tribulación de aquellos días, el sol se obscurecerá y la luna no dará su brillo, las estrellas caerán del cielo y el mundo de los astros se desquiciará. 30 Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre, y se golpearán el pecho todas las tribus de la tierra y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria. 31 Y enviarán a sus ángeles con potente trompeta, para que reúnan a sus elegidos desde los cuatro vientos, de un extremo a otro de los cielos.

Todos los acontecimientos que hasta aquí han sido descritos, hay que imaginárselos yuxtapuestos. Todos hablan de los últimos tiempos, pero no hay que fecharlos en años, meses o días. Todos tienen un especial punto de vista y un sector propio del mundo, en que pueden percibirse las señales: las destrucciones y guerras entre los pueblos, la confusión en la Iglesia, la aparición de seductores. Ahora todavía se añade un nuevo sector: el universo.

Desde que Dios creó el mundo, están íntimamente entrelazadas la naturaleza inanimada y el destino del hombre. Según el relato de la creación el hombre fue creado como última obra de Dios y como coronamiento de toda criatura (Gen_1:26 s). Según el relato que sigue a continuación sobre el pecado de los dos primeros seres humanos, la naturaleza como la persona humana quedan afectados por las consecuencias del pecado.

La vida del hombre está inseparable y estrechamente unida con su trabajo en la tierra laborable. Pero si el hombre quebranta el orden establecido, la tierra laborable también producirá cardos y espinas en vez de fruto alimenticio. La cosecha lleva una maldición, la maldición causada por el pecado del hombre (Gen_3:17-19). El hombre debe ser sacado de su vida mortal y debe renovarse con una vida perdurable.

Toda la creación también tiene que ser redimida. Esta es la bíblica convicción de las primeras líneas del libro del Génesis hasta las últimas líneas de la revelación de san Juan, según las cuales el hombre redimido solamente puede subsistir en un «cielo nuevo y una tierra nueva» (Rev_21:1). «Porque la creación, en anhelante espera, aguarda con ansiedad la revelación de los hijos de Dios.

La creación, en efecto, no por propia voluntad, sino a causa del que la sometió, queda sometida a frustración, pero con una esperanza: que esta creación misma se verá liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Pues lo sabemos bien: la creación entera, hasta ahora, está toda ella gimiendo y sufriendo dolores de parto» (/Rm/08/19-22).

Cada uno de los autores bíblicos ha expresado esta verdad con imágenes que eran usuales en su tiempo. Todas quieren decir lo mismo, pero se expresan de distintos modos. Cuando aquí se dice que caen las estrellas del cielo y que se desquiciará el poderío de los astros, sirve de base la misma concepción de la estructura del mundo que en el relato de la creación del primer capítulo del Génesis.

Se ve la tierra en el centro del universo, encima se arquea el firmamento del cielo, en el que están fijas las estrellas, y la bóveda celeste se apoya en enormes pilares, que se levantan en los bordes de la tierra. Esta imagen del mundo es un producto de su tiempo. Pero la verdad sigue siendo la misma: todo nuestro mundo con el hombre que en él vive, pasará a tener unas nuevas condiciones creadas por Dios por segunda vez. Porque el reino de Dios tiene que estar sin pecado y por tanto también sin todas las consecuencias del pecado. El hombre fue creado y constituido como señor de la tierra ( Gen_1:26.28), como redimido debe participar en el reino de Dios sobre un mundo restablecido e imperecedero.

Los profetas hablaban del gran «día de Yahveh», en que debía tener lugar el temible juicio, pero al mismo tiempo también debía manifestarse de una manera luminosa la salvación de Dios. Este día también tiene que incluir la conmoción y renovación de todo el mundo, si realmente debe mencionarse el total dominio de Dios. Y así encontramos descripciones, según las cuales el universo experimenta las consecuencias de la penetración del poder divino: «Porque esto dice el Señor de los ejércitos: Todavía una vez haré temblar el cielo y la tierra, el mar y toda la tierra firme. Y pondré en movimiento las gentes todas…» (Age_2:7 s).

Las imágenes de las conmociones cósmicas también aquí sirven a lo que principalmente importa: aparecerá el Hijo del hombre. Dará origen al paso desde el mundo antiguo al nuevo. Jesús se hace patente en la gloria de Dios, que le envolvía desde el comienzo, antes que el mundo existiera (Jua_17:5). Ante la gloria de Dios se vuelven tinieblas la luz del sol, de la luna y de las estrellas. Y viene con el poder de Dios, que en otro tiempo creó el universo.

Lo que Jesús aquí confía sólo a los discípulos, más tarde lo confesará abiertamente ante el tribunal: «Además, os lo aseguro: desde ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y viniendo sobre las nubes del cielo» (26,64). Aparecerá con gran poder y gloria el que ahora va a la impotencia y a las tinieblas de la muerte. Jesús se presenta ahora ante sus jueces, cuya sentencia pronunciará luego.

Ahora está en la tierra en la figura de siervo, entonces vendrá sobre las nubes del cielo en la figura de la gloria. Ahora es un desconocido, entonces todos le verán. Antes había rehusado hacer una señal que le acreditaría de una forma inequívoca ante los adversarios (16, 1.4), entonces su señal resplandecerá y será contemplada por todos.

La única señal que se da, como había anunciado el Señor, es la señal de Jonás: el Hijo del hombre aparece para juzgar (16,4). Jesús no viene solo, sino con los ejércitos celestiales de sus ángeles. Después que ha sonado la trompeta del juicio, sus ángeles son enviados para congregar a los elegidos por Jesús. Antes se dijo de los mensajeros celestes: «EI Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los escandalosos y a todos los que cometen la maldad, y los arrojarán al horno del fuego» (13,41.42a).

Aquí tienen los ángeles la tarea de llevar a cabo la separación en el reino del Hijo del hombre, por tanto entre los fieles. Más adelante leímos. «Saldrán los ángeles, separarán a los malos de entre los justos y los echarán al horno del fuego» (13,49.50a). Concierne a la tarea de los ángeles el hacer efectiva en general y en toda la humanidad la separación de buenos y malos. En nuestro texto se dice que se reúne a los elegidos, o sea a los que permanecieron fieles a la vocación y de ese modo se hicieron dignos de la elección (cf. 22,14).

Es diferente lo que se expone, son distintas las funciones, pero en todas ellas hay una cosa común, que participan espíritus celestes en la venida del Mesías y en la obra del juicio. Las características del día del Hijo del hombre serán que tanto los ángeles como el mismo Hijo del hombre saldrán del retiro.

Ellos también se harán visibles y harán que aparezca radiante el invisible «reino de los cielos», que el discípulo siempre conoció por la fe (6,10). Los «pequeños» siempre tuvieron ante la faz de Dios a sus ángeles, que atendían al servicio del trono en favor de los pequeños (18,10). Sus protectores espíritus celestiales los juntarán especialmente como elegidos. Pero Dios ha traspasado el juicio al Hijo, que estará sentado «en su trono de gloria» (25,31).

f) Parábola de la higuera (Mt/24/32-36).

32 Aprended de la higuera esta parábola: Cuando sus ramas se ponen ya tiernas y comienzan a brotar las hojas, os dais cuenta de que está cerca el verano. 33 Igualmente vosotros, cuando veáis todas estas cosas, daos cuenta de que él está cerca, a las puertas.

Todavía es preciso estar atento a las señales, que surten efecto en el tiempo. El campesino está ejercitado en sacar sus conclusiones de las pequeñas señales de la naturaleza. Sabe cuándo se anuncia el verano, así como también puede juzgar el tiempo que se espera, por el aspecto del cielo (Cf. Luc_12:54-56; Mat_16:2-3). Los discípulos deben vivir atentos en el mundo y prestar atención a lo que en él ocurre.

La luz de la fe les ofrecerá la debida interpretación y discernimiento. Aquí no se ha dicho expresamente qué son «todas estas cosas», pero por lo que antecede se sabe que siempre se pueden observar muchas señales que inducen a la conversión y a la vigilancia. Así se ha llenado con las señales del tiempo final todo el tiempo que transcurre entre la resurrección del Señor y su parusía. Sólo una cosa será tan terminante, que pueda reconocerse con seguridad la proximidad inmediata del fin. Los discípulos en su juicio obtendrán la misma seguridad que tiene el campesino, que ha contemplado la higuera.

Sólo una señal tiene esta índole, a saber, la aparición del Hijo del hombre. Todas las demás señales admiten varias interpretaciones, y sólo pueden ser reconocidas debidamente por el sentido de la fe; en cambio la imponente aparición del Señor será susceptible de una sola interpretación.

34 Os aseguro que no pasará esta generación sin que todo esto suceda. 35 El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras jamás pasarán. 36 En cuanto al día aquel y la hora, nadie lo sabe, ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino el Padre solo.

Jesús acusó y condenó esta generación y le cargó con la culpa de toda la sangre derramada en la historia del pueblo de Dios (Mat_23:35). Esta es la generación de Jesús, éstos son sus contemporáneos incrédulos, a quienes se hizo en el Mesías la promesa (única en su género) de Dios. ¿Presenciará todavía esta generación todas las predicciones que hemos leído desde 24,4? ¿Jesús, pues, habría visto que el fin del mundo estaba tan cercano y era tan inminente que sus mismos contemporáneos lo llegaran a presenciar? Ya hemos leído la extraña frase de que «hay algunos de los aquí presentes que no experimentarán la muerte sin que vean al Hijo del hombre venir en su reino» (16,28).

Jesús conoce su muerte y su resurrección por medio del Padre. Sabe que la muerte no destruirá su vocación de Mesías, sino que le dará su última perfección. ¿Ha esperado Jesús que poco después de su propia glorificación se efectuaría también toda la renovación? ¿Ha esperado que el Evangelio no sólo se difundiría rápidamente por el mundo, sino que el mundo también esté pronto dispuesto para la siega como un campo maduro para la recolección? El mismo Jesús confiesa que solamente el Padre sabe la hora exacta.

Jesús es el Hijo, pero ahora tiene la figura de siervo. Su ciencia humana está limitada. También en esto Jesús se ha enajenado y ha venido a ser igual que los hombres. Este texto no nos plantea cuestiones fáciles. No hay una solución terminante para todos los problemas. Pero las soluciones sencillas (en las que se deshace fácilmente lo que es difícil de comprender) no pueden estar conformes con la verdad de Dios.

Hay enigmas y misterios que no podemos resolver. «El cielo y la tierra» en su forma actual pasarán, como hemos oído. Pero las palabras del Mesías permanecerán. Los judíos así lo han creído de la torah, la ley de Moisés. La torah ha sido creada antes que el mundo y sobrevivirá a la desaparición del mundo. Esta fe ha encontrado en Jesús su verdadero objetivo, porque Jesús es la Palabra de Dios pronunciada desde la eternidad antes de la creación (cf. Jua_1:1 s), vino al tiempo como la Palabra que el Padre habló a los hombres (Heb_1:2), y sigue siendo la Palabra que dura más allá de todo tiempo.

Sus palabras son verdad eterna y divina en su contenido interno, aunque para nosotros tengan que ser revestidas con el ropaje del lenguaje humano. La dificultad para nuestra inteligencia no radica en que nuestro espíritu humano no comprende la verdad de sus palabras, sino en que la verdad tiene que hacerse oir con un deficiente lenguaje humano.

a) El último día vendrá inesperadamente (MT/24/37-42).

37 Pues como sucedió en los días de Noé, así sucederá en la parusía del Hijo del hombre. 38 Porque igual que en aquellos días anteriores al diluvio seguían comiendo y bebiendo, casándose ellos y dando en matrimonio a ellas hasta el día en que Noé entró en el arca, 39 y no se dieron cuenta hasta que llegó el diluvio que los barrió a todos, así será también la parusía del Hijo del hombre.

Vino el diluvio, porque todo el género humano estaba corrompido. Pero aquí no se habla de la corrupción, sino de la vida humana normal que se llevaba entonces como hoy día. Nos preocupamos por las necesidades de la vida, por la comida y la bebida. Todo eso ocurre sin recelo y sin temor. La vida sigue su curso normal. Aquí se debe hacer resaltar la conducta normal, y no la conducta viciada y atea. No se debe pensar en el castigo, sino en la sorpresa con que súbitamente se quiebra la «vida normal».

Los contemporáneos de Noé no sabían nada de la desventura que los amenazaba y ni llegaron a sentir temor. Sólo él la conocía y preparaba la liberación de su familia, probablemente entre la burla y las risotadas de sus contemporáneos. El terrible despertar vino cuando era demasiado tarde: los que creían estar seguros, fueron arrebatados. Tan repentinamente puede cambiarse por completo nuestra vida. El modo humano de pensar resulta ser una necedad, y la necedad de Noé resulta ser sabiduría de Dios.

En el transcurso de la vida humana se experimenta con frecuencia, de una u otra manera, cómo el propio edificio, dotado de un fundamento seguro, se desploma como un castillo de naipes. E1 discípulo siempre debe contar con lo desconocido y no creerse seguro. Sobre todo, si el hombre tiene ante sus ojos la venida de su Señor y la aguarda ejerciendo la virtud de la esperanza. La vida segura de sí misma es perezosa y pesada, la vida del hombre vigilante es fácil y está llena de viva tensión.

40 Entonces estarán dos en el campo: uno será tomado y el otro dejado. 41 Estarán dos mujeres moliendo en un molino: una será tomada y la otra dejada. 42 Velad, pues, porque no sabéis en qué día va a llegar vuestro Señor.

Exteriormente hacen lo mismo los dos campesinos que están en la tierra laborable, y las dos mujeres que están en el molino. En su actividad no hay nada que las distinga. La diferencia está en su actitud. El uno forma parte de los desprevenidos, el otro de los conocedores. De ellos, uno cuenta consigo y su plan de vida; el otro, con Dios y su venida. Uno sólo está en su trabajo; el otro cuando trabaja también está con Dios. Uno de ellos interiormente está durmiendo, el otro está despierto. ¡Qué luz desprenden estos dos ejemplos sobre la vida cotidiana! Lo que importa no es lo que se hace, sino cómo se hace.

b) El dueño vigilante de la casa (Mt/24/43-44).

43 Entendedlo bien: si el dueño de la casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, estaría en vela y no dejaría perforar su casa. 44 Por eso mismo, estad también vosotros preparados, que a la hora en que menos lo penséis llegará el Hijo del hombre.

Esta es otra parábola corta. Naturalmente el dueño de una casa no puede velar cada noche, si tiene que contar con una irrupción. Pero si supiera el tiempo exacto, entonces se quedaría despierto en esta hora precisa. A vosotros os sucede que no sabéis el tiempo. Y por eso es preciso andar siempre prevenido y estar preparados. Pero esta comparación sola todavía no basta. Para agravar la advertencia Jesús dice que el Hijo del hombre vendrá cuando menos se piensa.

No se requiere, pues, solamente una vigilancia general, sino una muy particular, para no descuidar esta hora. La apariencia y la propia conjetura engañarán, los cálculos resultarán inconsistentes, las señales serán mal interpretadas. Cuando nadie lo espere, de una forma sorprendente y repentina, tendrá lugar la venida. Para la mayor parte de los hombres esta advertencia no fue referida ni se refiere al día de la segunda venida de Cristo, sino al día de su propia muerte. Nadie conoce este día, y nadie lo puede calcular.

También puede venir de una forma súbita y sorprendente, en medio del trabajo, durante el sueño o en un alegre juego. Ejercitarse para la muerte es ejercitarse para la parusía: contar serenamente con la muerte y estar preparado para ella es equivalente a la actitud que el cristiano debe tener ante el Señor que viene.

c) El criado fiel y sensato (Mt/24/45-51).

45 ¿Quién es, pues, el criado fiel y sensato, a quien el señor puso al frente de su servidumbre, para darles el alimento a su debido tiempo? 46 Dichoso aquel criado a quien su señor, al volver, lo encuentre haciéndolo así. 47 Os lo aseguro: lo pondrá al frente de todos sus bienes. 48 Pero, si aquel criado fuera malo y dijera para sí: Mi señor está tardando, 49 y se pusiera a pegarles a sus compañeros, y además comiera y bebiera con borrachos, 50 llegará el señor de ese criado el día en que menos lo espera y a la hora en que menos lo piensa, 51 lo castigará duramente y le asignará la misma suerte que a los hipócritas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.

En este segundo ejemplo lo que interesa no es estar en vela, sino servir con fidelidad por encargo del Señor. Antes de partir de viaje el Señor encomienda al jefe de los criados que cuide de los que moran en la casa. Debe cuidarse fielmente de ellos y darles puntualmente lo que necesitan en cada ocasión. El criado es fiel, si lo hace así y su señor puede fiarse de él. Pero es sensato, porque sabe que cuando regrese el señor, le alabará y le dará una recompensa. Dichoso el criado a quien el señor encuentre en el fiel ejercicio de su misión.

La actitud ante el señor que vuelve también está determinada por esta fidelidad a lo que quiere el señor. Aquí en primer lugar se piensa en los que han logrado un cargo administrativo en la comunidad. Deben transmitir a los fieles los bienes que los fieles necesitan del Señor celestial de la casa. Con esta confianza y fidelidad muestran la disposición que espera el Señor celestial que les ha dado el encargo. Su vigilancia se manifiesta en su fiel servicio.

Porque este servicio no les deja ninguna posibilidad de pensar en sí, sino que los conduce todos los días a cuidarse de las personas que les han sido confiadas. Este es un ejercicio ininterrumpido que dispone para la parusía. Un destino espantoso amenaza al que pasa el tiempo con ligereza, descuida su cargo, emprende una vida licenciosa e incluso maltrata a sus compañeros. Abusa de su cargo y a la vuelta de su señor tiene que abandonarlo. Se había convencido ilusoriamente de que su señor tardaría mucho en regresar y que él podría despilfarrar durante mucho tiempo, pero quedará súbitamente sorprendido.

A una hora imprevista, en un día ignorado le cogerá desprevenido la desventura. Se le aplicará, sin misericordia, el castigo más espantoso. Pero en la misma frase el discurso de Jesús pasa de una comparación metafórica a la realidad: el criado es equiparado a los hipócritas y se le castiga como ellos. Una vez más surge esta idea que penetra en todo el capítulo 23. También aquí la hipocresía es la desavenencia entre la fe y la acción. Sólo la vida que posee las dos y de ellas forma una unidad, puede tener consistencia ante Dios. La vida ya está juzgada en sí, si se desdobla en palabras y acciones, en apariencia exterior y en realidad interna.


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