El éxodo silencioso de la generación Z. Analizamos las razones culturales y teológicas por las que los jóvenes abandonan la fe y cómo la iglesia puede responder.
¿La fe está perdiendo su atractivo para los jóvenes?

En los últimos años, se ha observado una tendencia creciente de jóvenes que se alejan de la fe cristiana o que se declaran no religiosos. Según una encuesta realizada por el Pew Research Center en 2019, el 40% de los adultos estadounidenses menores de 40 años se identifican como no afiliados a ninguna religión, frente al 25% que lo hacían en 2009. Este fenómeno no es exclusivo de Estados Unidos, sino que se repite en otros países occidentales, como España, donde el 55% de los jóvenes entre 18 y 24 años se consideran ateos, agnósticos o indiferentes, según el Barómetro de Opinión del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) de 2020.
¿Qué factores explican este alejamiento de la religión entre los jóvenes? ¿Qué desafíos plantea esta situación para la Iglesia y para la sociedad? ¿Qué oportunidades ofrece para el diálogo y la evangelización? Estas son algunas de las preguntas que intentaremos responder en este artículo, basándonos en los testimonios de algunos jóvenes que han vivido esta experiencia y en las reflexiones de expertos en el tema.
Una de las razones más frecuentes que esgrimen los jóvenes para abandonar la religión es la falta de coherencia entre lo que predica en la Iglesia y lo que practican sus miembros. Muchos jóvenes perciben una contradicción entre el mensaje de amor, justicia, etc. Y la realidad de abusos, corrupción y violencia que han manchado la historia y el presente de la institución eclesial, no importando la denominación.
Otra causa que aleja a los jóvenes de la fe, es la dificultad para conciliar las creencias religiosas con los avances científicos y los valores sociales. Muchos jóvenes consideran que la religión es algo anticuado, irracional y opresivo, que no tiene en cuenta las evidencias empíricas ni respeta la diversidad y la libertad individual.
Algunos jóvenes se declaran ateos y afirman que: «La religión es un invento humano para explicar lo que no se entiende y para controlar a las masas». No creer en Dios ni en ningún ser sobrenatural, al menos que lo puedan ver con sus propios ojos.
Otros afirman que, no comparten los dogmas ni las normas morales que impone la Iglesia, ya que son retrógradas y discriminatorias. Algunos afirman que, cada uno debe vivir su vida como quiera, sin imponer ni juzgar a nadie.
Otro factor que influye en el abandono de la religión es el individualismo y el relativismo que caracterizan a la cultura actual. Muchos jóvenes prefieren construir su propia identidad y su propio sentido de la vida, sin depender de ninguna autoridad externa ni seguir ninguna tradición establecida.
Algunos afirman que prefieren buscar su propia verdad y su propia conexión con lo divino, sin intermediarios ni dogmas. Les interesa conocer otras filosofías y otras prácticas espirituales, como el budismo o el yoga, pero sin comprometerse con ninguna. Ya que cada uno puede tener su propia forma de entender y vivir la espiritualidad.
Ante este panorama, ¿qué puede hacer la Iglesia para recuperar a los jóvenes que se han alejado o que nunca han conocido la fe? No hay una respuesta única ni fácil, pero podemos señalar algunas pistas que nos ayuden a afrontar este reto con esperanza y creatividad.
En primer lugar, la Iglesia debe reconocer sus errores y pedir perdón por ellos. No se trata de negar ni de ocultar los escándalos y las contradicciones que han dañado su credibilidad y su testimonio, sino de asumirlos con humildad y de comprometerse con la verdad. La Iglesia debe ser transparente y coherente con el Evangelio que anuncia, y mostrar con hechos que es capaz de renovarse y de purificarse de todo lo que la desfigura.
En segundo lugar, la Iglesia debe dialogar con los jóvenes y escuchar sus inquietudes, sus dudas y sus críticas. No se trata de imponer ni de adoctrinar, sino de acoger y de acompañar. La Iglesia debe ser una madre que cuida y que educa, que respeta y que confía, que orienta y que anima. La Iglesia debe ser una comunidad abierta y plural, donde los jóvenes se sientan acogidos y valorados, donde puedan expresarse y participar, donde puedan encontrar sentido y esperanza.
En tercer lugar, la Iglesia debe anunciar a los jóvenes el mensaje de Jesús con un lenguaje actual y relevante. No se trata de cambiar ni de diluir el contenido de la fe, sino de traducirlo y de actualizarlo. La Iglesia debe ser una maestra que enseña y que da testimonio, que razona y que dialoga, que propone y que invita.
La Iglesia debe ser una misionera que sale al encuentro de los jóvenes en sus contextos y en sus culturas, que les ofrece la Buena Noticia de un Dios que los ama y los llama, que les presenta el ideal de una vida plena y feliz.
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ya os queda poco
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Muy buen aporte para llevar a cabo una eficaz pastoral juvenil relevante
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Gracias por su comentario esdrasulielblog.wordpress.com
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