¿Podemos conocer a Dios? Un Desafío Teológico para la Mente Humana

¿Es posible conocer a Dios? Una pregunta que nos confronta con nuestra propia pequeñez. Este breve artículo explora cómo la teología aborda la inmensidad de lo divino y la finitud de nuestra mente.

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Mientras estudio el libro de Génesis en sus primeros capítulos. Me encuentro frente a uno de los dilemas más profundos y desconcertantes.

¿Por qué digo desconcertante? Nuestra mente capta la idea de la creación, y trata de ver la imagen del creador. Sin embargo, cuando intentamos aproximarnos al misterio divino. Surge la paradoja entre la inmensidad de lo infinito y la finitud de nuestra comprensión humana.

¿Cómo podemos, como seres limitados en tiempo y espacio, aspirar a conocer a un Ser que trasciende todas las coordenadas conocidas? Trataré de adentrarme en este tema, explorando cómo la teología, en su constante búsqueda de conocer a Dios, se enfrenta al abismo entre lo finito y lo infinito, y cómo logra, a través de la abstracción, la revelación y la encarnación, tender puentes hacia lo divino.

La Danza entre lo Finito y lo Infinito: Un Dilema Teológico Fundamental

Desde el comienzo de la reflexión teológica, la naturaleza de Dios como un Ser infinito ha planteado una paradoja difícil de resolver. Los grandes pensadores de la tradición judeocristiana, como Agustín, Tomás de Aquino y más recientemente Karl Barth, han reflexionado sobre la dificultad de conceptualizar a un Dios que es eterno, ilimitado y más allá de las categorías humanas.

La afirmación central de la Escritura, «Dios no tiene principio ni fin» (Salmo 90), nos enfrenta con la radical diferencia entre nuestra experiencia del mundo, marcado por el tiempo y la mortalidad, y la eternidad divina. Mientras que para nosotros el «fin» y el «principio» son categorías fundamentales de existencia, para Dios no lo son. Esta disparidad pone de manifiesto el abismo entre lo finito y lo infinito, entre nuestra comprensión limitada y lo que excede de todo conocimiento humano.

La Escritura también nos recuerda la grandeza y el misterio de Dios al decir: “Así dice el Señor: ¿Quién midió las aguas con el hueco de su mano, y con el paso de su brazo midió los cielos? ¿Quién reunió en un puño el polvo de la tierra, y pesó los montes con balanza y los collados con pesa?” (Isaías 40:12). Este versículo refleja la inmensidad incomprensible de Dios, cuyo conocimiento y poder exceden cualquier medida humana.

Este misterio que presenta la Escritura invita a los creyentes a acercarse a Dios con asombro y reverencia, reconociendo que nuestra comprensión siempre será parcial e insuficiente.

La Abstracción Mental: Un Puente hacia lo Incomprensible

Ante la inmensidad de lo divino, la mente humana se enfrenta a la necesidad de formular conceptos y analogías que permitan alguna aproximación al misterio. En este proceso de abstracción,1 la teología hace uso de herramientas intelectuales como la analogía, la metáfora2 y el símbolo para crear representaciones de lo inabarcable.

En muchos casos, la abstracción sirve para ayudar a comprender lo intransitable; sin embargo, siempre hay una distancia inevitable entre el símbolo y la realidad que simboliza. Por ejemplo, la eternidad de Dios puede ser representada mentalmente mediante la analogía del «no tiempo» o una «eternidad sin fin», pero estas representaciones siguen siendo insuficientes para captar la esencia misma de la eternidad divina.

En Génesis 1:1, el primer versículo de la Biblia nos introduce en el misterio de la creación con la frase: «En el principio creó Dios los cielos y la tierra.» Este versículo, con su concisión, ⁣3 refleja la idea de un Dios trascendente que actúa desde fuera del tiempo, dando inicio al mundo tal como lo conocemos. Al mismo tiempo, este principio introduce la noción de que el inicio del mundo no es solo un punto en el tiempo, sino un acto que trasciende las categorías humanas de «comienzo» y «fin», sugiriendo que nuestra comprensión de la creación está limitada por nuestra experiencia temporal.

La abstracción permite que tratemos de entender la eternidad de Dios a través de la creación misma, pero siempre con la conciencia de que nuestra visión es solo un atisbo4 parcial del misterio divino.

La Revelación Divina: Un Atisbo de lo Trascendente

Si bien la abstracción mental tiene su valor, la teología cristiana ha sostenido históricamente que el conocimiento genuino de Dios no depende únicamente del esfuerzo humano, sino que se recibe como una revelación. Según la teología cristiana, Dios no está completamente oculto a la humanidad, sino que se ha dado a conocer en diversos momentos y de diversas formas. Esta revelación no es solo una cuestión de especulación intelectual, sino una manifestación de la gracia divina que permite al ser humano, limitado en su finitud, entrar en contacto con lo eterno.

La revelación, en este contexto, no solo implica el conocimiento intelectual o filosófico de Dios, sino un encuentro personal. Karl Barth, en particular, enfatizó que el conocimiento de Dios es ante todo un acto de gracia. No podemos conocer a Dios solo por nuestros propios esfuerzos, sino que es Él, quien se acerca a nosotros. En este sentido, la revelación no solo abre nuestras mentes a una mayor comprensión, sino que transforma nuestro ser y nos invita a una relación profunda con lo divino. Este conocimiento no es absoluto ni exhaustivo, pero es suficiente para guiarnos en nuestra vida de fe.

En Génesis 2:7, la revelación de la creación del hombre, al ser insuflado5 por el aliento divino, se presenta como un acto de proximidad entre lo divino y lo humano: «Entonces el Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida; y fue el hombre un ser viviente.»

La creación del hombre refleja como Dios, aunque infinito, se involucra directamente en su creación, acercándose de manera personal al ser humano. Esta revelación, a través de la cercanía del Creador con la creación, establece el principio de una relación continua con Dios.

La Encarnación: El Puente Entre lo Humano y lo Divino

La figura de Jesucristo ocupa un lugar central en la teología cristiana como el punto de encuentro entre lo finito y lo infinito. La Encarnación, el acto de Dios convirtiéndose en humano, no solo se presenta como un acontecimiento teológico único, sino también como el medio por el cual lo divino puede ser comprendido y experimentado de manera accesible.

Si la mente humana no puede comprender completamente a un Dios infinito, en la encarnación, Dios se revela en una forma accesible: en un ser humano, Jesús de Nazaret. Este acto divino de hacerse carne significa que lo infinito se hace comprensible a través de lo finito. A través de la vida, el sufrimiento, la muerte y la resurrección de Cristo, Dios se revela a sí mismo no solo en términos abstractos, sino en la experiencia concreta de la humanidad. Jesús, al vivir en el tiempo y el espacio, se convierte en el puente entre lo humano y lo divino. En Él, los creyentes, podemos encontrar una manifestación tangible de un Dios que se ha hecho cercano, accesible y personal.

El evangelio de Juan presenta este misterio de la Encarnación de manera clara: «Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.» (Juan 1:14). Este versículo subraya cómo, en la persona de Jesús, lo eterno y lo finito se encuentran, y cómo la encarnación se convierte en un medio para que la humanidad acceda a lo divino de una manera directa y comprensible.

Un Camino de Humildad y Asombro

El desafío teológico de conocer a Dios nos conduce, por tanto, a un camino de humildad. Reconocemos que, como seres humanos limitados, no podremos nunca comprender por completo la infinitud divina. Esta limitación, lejos de ser un obstáculo para la fe, debe ser vista como una invitación a la humildad. En la teología cristiana, la respuesta a la inabarcable grandeza de Dios no es la desesperación, sino la confianza en la revelación de un Dios que, a pesar de ser infinito, ha querido acercarse a nosotros.

En el Salmo 8:3-4, el autor refleja este asombro ante la inmensidad de Dios y la pequeñez humana: «Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú has establecido, ¿qué es el hombre para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre para que lo visites?» Este pasaje subraya tanto la grandeza de Dios como la humildad humana, invitando al creyente a la adoración ante el misterio divino.

Conclusión: La Teología como Búsqueda Incesante

La teología, por su naturaleza, es una búsqueda incesante. No se trata solo de construir una comprensión intelectual de Dios, sino de vivir en la tensión entre lo finito y lo infinito, entre lo conocido y lo desconocido. La teología no ofrece respuestas definitivas que resuelvan todos los misterios, pero nos invita a adentrarnos en el misterio de un Dios que, a pesar de su infinita grandeza, se ha acercado a nosotros.

En esta búsqueda, encontramos no solo conocimiento, sino también una invitación a un encuentro personal con lo divino, un encuentro que transforma nuestras vidas y nos conduce a un camino de fe, humildad y asombro.

Grande es el Señor, y muy digno de ser alabado. En la ciudad de nuestro Dios, Su santo monte.


  1. La abstracción es una capacidad intelectual que consiste en separar un elemento de su contexto para analizarlo y hacerse un concepto de este. ↩︎
  2. Se conoce como metáfora a un tropo o figura poética que consiste en el desplazamiento del significado entre dos palabras o términos, para expresar una relación que acentúa o le atribuye ciertas características. ↩︎
  3. Brevedad y economía de medios en el modo de expresar un concepto con exactitud. ↩︎
  4. Mirar, observar con cuidado, recatadamente. ↩︎
  5. Introducir en un órgano o en una cavidad un gas, un líquido o una sustancia pulverizada Soplar, henchir. ↩︎

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