¿Hemos perdido el asombro ante Dios? Descubre cómo volver al centro espiritual en medio del ruido y redescubrir la reverencia que transforma.
Hay una verdad incómoda, pero es necesario decirlo, no podemos seguir ignorando esta verdad: muchos de nosotros, incluso, siendo cristianos activos —líderes, pastores entregados— hemos perdido de vista quién es Dios realmente. Tal vez no lo negamos con palabras, pero lo negamos o mostramos con nuestra forma de vivir, de orar, de adorar. Y esa imagen pobre y reducida de Dios nos está pasando la factura.

En tiempos antiguos, todavía a mediados del siglo pasado, las personas temblaban al escuchar el nombre de Dios. No por miedo, sino por un profundo respeto, por la conciencia de estar delante de alguien infinitamente más grande, más puro, más glorioso que ellos mismos. Sin embargo, en este presente siglo, parece que hemos cambiado al Dios santo y majestuoso, por una versión más cómoda, más cercana a nuestros gustos y ritmos, pero infinitamente más pequeño.
Nos acostumbramos a tratar a Dios como un asistente personal, alguien que está ahí para ayudarnos a alcanzar nuestras metas, sanar nuestras heridas o animarnos en tiempos difíciles. Y sí, Dios es cercano, compasivo y personal. Pero también es el Dios que sostiene el universo con su palabra, el que hace temblar la tierra, el que habita en luz inaccesible, el que con su poder controla todo cuanto existe. Y cuando perdemos esa visión completa de Él, perdemos algo vital: el asombro, la reverencia, la adoración real.
¿Dónde quedó el temor reverente?
Muchos, especialmente los más jóvenes, buscan experiencias espirituales intensas, momentos donde “se sienta algo”. Pero ¿de qué sirve sentir emoción si no hay transformación? El Espíritu Santo no solo hace que sintamos su presencia, también nos lleva a la verdad, nos confronta, nos guía, nos cambia. Y ese cambio profundo empieza cuando entendemos quién es el que está frente a nosotros.
“Estad quietos, y conoced que yo soy Dios”, dice el Salmo 46:10. Pero vivimos tan acelerados, tan ocupados, tan llenos de ruido y de actividades que esa invitación parece casi imposible. Incluso en nuestras reuniones, retiros o servicios dominicales, a veces hay de todo… menos quietud interior. Queremos llenar el tiempo con música, palabras, pantallas y movimiento, pero ¿cuándo fue la última vez que simplemente nos quedamos en silencio delante de Dios, reconociendo Su majestad?
Pastores y líderes: el ejemplo empieza por nosotros
No podemos esperar que nuestras congregaciones o nuestros jóvenes recuperen el temor reverente si nosotros mismos no lo modelamos. Es fácil caer en la rutina del ministerio, en la preparación de sermones, en la organización de eventos, y perder el corazón de todo: estar con Dios, conocerle, adorarle por quien Él es, no solo por lo que puede hacer por nosotros o a través de nosotros.
Volver al asombro no significa volver al legalismo, ni adoptar posturas anticuadas. Significa redescubrir la grandeza de Dios con un corazón humilde y abierto. Significa enseñar —con palabras y con vida— que la verdadera espiritualidad no está en la agitación constante, sino en la profundidad. No está en los números, sino en la presencia.
Jóvenes: hay más en Dios de lo que este mundo puede ofrecer
A los jóvenes que leen esto: ustedes están buscando algo real, algo que valga la pena. Y la verdad es que lo encontrarán en Dios… pero no en la versión reducida y superficial que muchas veces les hemos mostrado. Lo encontrarán cuando se atrevan a quedarse quietos, a cerrar los ojos, a dejar el celular a un lado, a abrir la Biblia con hambre verdadera, y a decir: “Dios, quiero conocerte como eres”.
Lo encontrarán cuando dejen de correr detrás de emociones y empiecen a caminar con reverencia, con amor, con rendición. La vida en el Espíritu no es solo un momento emocionante en el culto; es una forma de vivir cada día conscientes de que el Dios que creó el universo está con nosotros… y eso debería dejarnos sin palabras.
Volver al centro
Esta no es una crítica. Es una invitación. A volver al centro. A volver a Aquel que sigue siendo digno, glorioso, majestuoso. El Dios que nos llama no ha cambiado. Somos nosotros los que necesitamos volver a asombrarnos. Y cuando lo hagamos, cuando de verdad lo veamos, todo cambiará.
Que tu adoración no sea solo un canto bonito. Que tu liderazgo no sea solo eficaz, sino lleno del Espíritu. Que tu fe no sea solo funcional, sino profundamente arraigada en el asombro reverente ante el Dios que es, que era y que será.
Y tú… ¿Qué opinas?
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