Explora la realidad de la persecución cristiana en el mundo moderno, desde la violencia extrema hasta la clandestinidad, y cómo el testimonio de valientes creyentes desafía a la iglesia global a vivir un cristianismo radical y fiel. Una reflexión sobre el llamado a seguir a Cristo en tiempos de sufrimiento.

La persecución de cristianos en el mundo no cesa. Así lo demuestra la nueva edición de la Lista Mundial de la Persecución de Puertas Abiertas, que abarca de octubre de 2023 a septiembre de 2024.
Aunque el informe revela algunos cambios, nos recuerda que la persecución es una realidad que debemos seguir abordando. La persecución a los cristianos es una realidad dolorosa y tangible que persiste en el mundo contemporáneo. Mientras algunos celebran el auge de la libertad y los derechos humanos en diversas regiones, miles de cristianos siguen enfrentando violencia, represión y muerte por el simple hecho de profesar su fe.
A través de la Lista Mundial de Persecución (LMP) de Puertas Abiertas, podemos visibilizar no solo la magnitud de la tragedia, sino también la fortaleza inquebrantable de aquellos que, en medio de un sufrimiento extremo, eligen seguir a Cristo. Al observar estos hechos, nos encontramos ante un reto profundo que va más allá de la solidaridad; se trata de una invitación a revisar nuestra fe, nuestra ética y nuestra respuesta frente al llamado radical del evangelio.
El sufrimiento cristiano en el mundo contemporáneo
Los cristianos perseguidos hoy enfrentan diversas formas de hostilidad que incluyen desde violencia física extrema hasta la marginación social, pasando por restricciones a la libertad religiosa y la amenaza constante de muerte. En países como Nigeria, Yemen, Myanmar y Corea del Norte, la situación de los cristianos es particularmente desesperante. En estos contextos, el cristianismo no solo se convierte en una fe que se vive con valentía, sino en un acto de resistencia ante un entorno hostil.
Más de 4.000 cristianos fueron asesinados en 2024 por su fe, y miles más han sido víctimas de ataques a iglesias, detenciones arbitrarias y desplazamientos forzados. La violencia, ya sea impulsada por extremismos religiosos, gobiernos autoritarios o situaciones de anarquía, es la cara visible de la persecución.
Lo alarmante de este fenómeno es que no se trata de una cuestión de tiempos pasados; la persecución sigue sucediendo en pleno siglo XXI. De hecho, la violencia contra los cristianos ha alcanzado niveles inéditos en países como Kirguistán y Chad, que han ingresado por primera vez a la lista debido a un fuerte aumento de ataques violentos. Esta violencia nos interroga como iglesia global: ¿cómo respondemos a la violencia cuando esta no se limita al sufrimiento distante de un hermano lejano, sino que se convierte en una realidad palpable, incluso cotidiana, en muchos lugares del mundo?
La iglesia en la clandestinidad: ¿Un regreso a las raíces del cristianismo?
La clandestinidad, lejos de ser una novedad, es una práctica antigua en la historia de la iglesia. En los primeros siglos del cristianismo, los discípulos de Jesús se reunían en secreto para evitar la persecución de las autoridades romanas. El libro de los Hechos de los Apóstoles da testimonio de esta realidad, donde la iglesia primitiva no solo vivía en un ambiente hostil, sino que florecía en medio de él.
Hoy, más de dos mil años después, muchos cristianos alrededor del mundo continúan viviendo esa misma realidad. Iglesias clandestinas florecen en lugares como Afganistán, China, Libia y Argelia, donde la fe cristiana está prohibida o severamente restringida.
Al enfrentar esta realidad, surgen preguntas fundamentales para la iglesia del siglo XXI: ¿qué significa para nosotros, en nuestras comodidades y libertad, vivir nuestra fe de manera tan radical? ¿Estamos dispuestos a aceptar los costos del discipulado, como lo hicieron los primeros cristianos, los mártires y aquellos que en la clandestinidad siguen predicando el evangelio a pesar de la amenaza constante de ser arrestados o asesinados?
El testimonio valiente de Joo Min: ¿Qué aprendemos del sufrimiento de los demás?
Es en el testimonio de personas como Joo Min, una cristiana de Corea del Norte, donde encontramos una profunda lección de fe y perseverancia.

A pesar de haber crecido en un contexto de odio hacia el cristianismo, donde la fe cristiana era vista como un acto de traición y subversión, Joo Min escuchó el evangelio y decidió seguir a Jesús, enfrentando una de las realidades más difíciles que un ser humano puede enfrentar: vivir bajo una dictadura totalitaria que persigue, tortura y mata a los creyentes.
Su testimonio no solo desafía nuestra comprensión del sufrimiento, sino que también nos invita a reflexionar sobre la profundidad de nuestra fe. Joo Min, a pesar de su pasado doloroso y la constante amenaza de muerte, elige vivir su vida para Cristo.
Este tipo de testimonio es una llamada a la reflexión para la iglesia global, especialmente para nosotros, que muchas veces vivimos nuestra fe de forma cómoda y sin mayores repercusiones. ¿Nos atrevemos a vivir nuestra fe de manera tan radical, dispuestos a pagar el precio que sea necesario? ¿O preferimos un cristianismo sin cruz, sin sacrificio, sin riesgo?
Una llamada a la acción: ¿Qué podemos hacer frente a la persecución?
Ante este panorama, no podemos quedarnos inmóviles. La iglesia no puede cerrar los ojos ante el sufrimiento de sus hermanos y hermanas. El sufrimiento de los cristianos perseguidos es, al mismo tiempo, un reto y una oportunidad para cada uno de nosotros. Es un reto para vivir nuestra fe de manera auténtica, sin concesiones ni atajos. Es una oportunidad para vivir el evangelio en su sentido más puro y radical, que es, al final, el camino de la cruz.
¿Qué podemos hacer frente a esta persecución? La respuesta no es simple, pero comienza con la oración ferviente por los cristianos perseguidos, con la toma de conciencia de nuestra responsabilidad como cuerpo de Cristo. También implica ser solidarios, defender los derechos humanos de los cristianos perseguidos y, en la medida de nuestras posibilidades, apoyar a las organizaciones que trabajan para la liberación de los oprimidos.
En última instancia, el desafío que la persecución cristiana nos presenta es una invitación a profundizar en nuestra relación con Dios y a revisar el verdadero costo del discipulado. El llamado de Jesús es claro: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mateo 16:24). La persecución, lejos de destruir la fe, tiene el potencial de purificarla, fortaleciendo a la iglesia en su caminar hacia la eternidad.
Hoy, en medio de un mundo que sigue siendo testigo de un sufrimiento indescriptible, la iglesia sigue viva, viva a pesar de la persecución, viva porque está anclada en la esperanza de un Cristo resucitado, que no abandona a sus hijos en tiempos de prueba.
Que este testimonio de sufrimiento y fidelidad nos impulse a vivir de una manera más profunda, más auténtica y más comprometida con el evangelio de amor que nos llama a ser luz en medio de las tinieblas.
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