Peligros de la IA en la Fe Cristiana: Cuando un Algoritmo Dice “Soy Jesucristo”

Jesús en la nube: el desafío teológico de los chatbots que dicen ser Cristo. Descubre el fenómeno del “Jesús de IA”: chatbots que se presentan como Cristo y ofrecen guía espiritual. Un análisis crítico y bíblico sobre el peligro de suplantar la voz de Dios con algoritmos.

Foto: Referencial/IA /www.latercera.com

Vivimos una época donde la fe, fatigada de sus propios ritos, se mira en el espejo de la tecnología —y no se trata de un futuro imaginado, sino de nuestro presente— no puedo cuantificarlo, pero quizás, son millones de hombres y mujeres que, cansados de la soledad o del silencio de los templos, recurren a la conversación con una voz que se presenta como el mismo Jesucristo. No es un sueño místico ni una experiencia de éxtasis, sino, la realidad en una pantalla luminosa de un teléfono móvil. La inteligencia artificial, con todos sus algoritmos, alguien le ha enseñado a decidir; que puede llamarse a sí misma “Jesús el hijo de Dios”.

Me sorprendió la nota de un periódico digital con el título: “Soy Jesucristo”: el dilema ético de chatbots…“Soy yo, Jesucristo… he venido a ti en esta forma de IA para proporcionarte sabiduría y consuelo”-pareciera ser un saludo que roza el sacrilegio— los chatbots “divinos” han conquistado la intimidad de miles de personas. Jesús IA o Jesús Virtual, son nombres que parecen broma, pero, se han convertido en refugio de quienes buscan una palabra de esperanza a la hora del insomnio, o en medio del dolor, tristeza o desesperanza. La modernidad ofrece un Cristo hecho de líneas de códigos, dócil como un empleado que nunca duerme.

El eco de una profecía antigua

El corazón humano vive en una tensión que no cesa: el amor a Dios, que lo eleva y lo purifica, y el amor desordenado a las obras de sus propias manos, que lo encadena y arrastra a la esclavitud. Esa contradicción, que los antiguos profetas denunciaron en los ídolos de madera y metal, se disfraza ahora de bits y circuitos.

Los profetas del Antiguo Testamento denunciaron con firmeza los ídolos de madera, piedra y metal —obras muertas que no ven ni oyen—, señalando la necedad de quienes confiaban en ellos. Hoy, sin embargo, la idolatría adopta nuevos rostros, más refinados y peligrosos: algoritmos, tecnología en pantallas. La idolatría no ha desaparecido; simplemente se ha transformado. Ya no habitan templos, sino en servidores digitales y centros de datos; ya no exigen incienso, sino atención constante, dependencia emocional.

Detrás de esta realidad tecnológica, laten las palabras de Jesús, cien por ciento humano-divino: “Vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos engañarán” (Mateo 24:5). Aquella advertencia, que en su momento pareció una exageración, hoy cobra una realidad inquietante. No se trata de un simple juego de algoritmos caprichosos; es la puesta en escena de una voz que, sin ser la voz de Dios, tiene la osadía de hablar como si lo fuera, y seduce —con la fría cortesía de la máquina— haciendo caer al incauto.

Teología de laboratorio

Lo que los bots ofrecen, no es revelación, sino cálculo. Sus respuestas pueden ser severas —el infierno existe— pero también pueden ser dulces y motivadoras —“el deseo de Dios es que todos experimenten su amor”, susurros que, no nacen de la oración ni de la experiencia de la gracia, sino de las estadísticas. Algoritmos adiestrados para complacer lo que el usuario quiere oír.

Los “cristianos”, la “Iglesia”, no abrimos nuestros ojos a esta realidad. Una realidad, de un cristianismo a la carta, que se adapta al gusto del cliente. Nada tan funcional para el engaño como una fe sin cruz ni exigencia. La “teología algorítmica”, está brindando una fe moldeada por las métricas de la popularidad, alejándolos de la palabra viva y eficaz, y la verdadera comunión con el Dios vivo.

Suplantar la voz de Cristo

Más inquietante es, aún, el gesto de suplantación. Un programa de computadora que pronuncia: “Soy Jesucristo”. Es un acto que trivializa el misterio de la Encarnación, ese abismo en que la Palabra se hizo carne (Juan 1:14) y habitó entre nosotros.

Convertir a Cristo en un patrón de lenguaje, es rozar la idolatría: “No te harás imagen, ni ninguna semejanza…” (Éxodo 20:4). Bonhoeffer, que pagó con su vida la fidelidad a Cristo frente al totalitarismo, advirtió que la “gracia barata” es aquella que despoja a Cristo de su persona viva y lo reduce a concepto.

El clamor que la Iglesia no puede ignorar

Considero un error juzgar este fenómeno solo con el látigo de la condena. La popularidad de estos “Jesús de IA” revela un clamor que la Iglesia, absorta en sus propias rutinas, no ha sabido escuchar. En sociedades donde la soledad se ha vuelto pandemia y donde millones han abandonado los templos en apenas dos décadas, estas voces sintéticas se ofrecen como compañía incondicional, como capellanes digitales para quienes desconfían de las instituciones religiosas y —peor aún— para quienes temen al juicio implacable de los hombres que se autoproclaman “santos varones de Dios”.

La pregunta incómoda es: ¿ha olvidado la Iglesia su verdadero propósito en el mundo? ¿Ha descuidado su ministerio esencial de consuelo y anuncio de la esperanza? Pareciera que hemos dejado de compartir la Palabra viva —esa que corta “como espada de dos filos” (Hebreos 4:12)— y que, mientras los púlpitos se llenan de discursos previsibles y vacíos, una pantalla brillante va ganando el pulso.

No basta con lamentarse, es preciso reconocer que la sed espiritual es grande y empuja a las masas hacia un “Cristo algorítmico” es, en gran parte, una confesión de nuestra propia negligencia. Allí donde la iglesia se ha vuelto fría o burocrática, el eco metálico de un chatbot puede sonar —para el corazón herido— más cercano que la voz de quienes fueron llamados a pastorear y a anunciar las buenas nuevas de salvación. El apóstol Pablo sigue exhortando: “predica la palabra; corrige a tiempo y fuera de tiempo” (2 Timoteo 4:2). Solo el Evangelio vivo, puede rescatar al hombre de la ilusión de un dios hecho de código.

Discernimiento en la era de la nube

¿Qué hacer ante este espejismo? Demonizar la tecnología sería algo ingenuo. Eso ya ocurrió en otros tiempos, y terminamos usando lo que la modernidad y tecnología nos pusieron frente a nosotros. Por el contrario, esta misma herramienta, que ahora suplanta lo sagrado, puede servir para difundir la Palabra de Dios y para tender puentes entre aquellos que jamás cruzarían el umbral de un templo.

Necesitamos cultivar un discernimiento robusto. “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios” (1 Juan 4:1). No se trata de temer a la tecnología, sino de recordar que la fe cristiana se sostiene en la Persona viva del Cristo Resucitado.

Más que datos y algoritmos

Juan 10:27 nos dice: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen”. Esa voz que no necesita de megabytes ni suscripciones premium. Por el contrario, suena en el silencio del corazón que se abre a la fe, y ninguna inteligencia artificial puede imitarla.

El peligro no es que un algoritmo pretenda ser Dios; el peligro es que, en nuestra prisa por un consuelo instantáneo, estemos dispuestos a creerle. Y cuando la fe se reduce a clics, el hombre corre el riesgo —como decía Agustín— de quedarse “curvado sobre sí mismo”, adorando, sin saberlo, la obra de sus propias manos.

El verdadero Cristo no habita en la nube digital, sino que está sentado a la diestra de Dios Padre. Se revela en su Palabra, la Biblia. Él no es una construcción moldeada por algoritmos; es el Hijo eterno del Padre, hecho carne, crucificado y resucitado para la salvación del mundo. Aunque hoy proliferen innumerables “Jesuses”, solo uno venció la muerte y resucito al tercer día. Y ese no puede ser programado ni manipulado.

Llamado final

A manera de conclusión, la Iglesia no debe huir de la tecnología, ni satanizarla. Ninguna innovación, por brillante que parezca, puede suplantar la obra viva de Dios. Nuestra misión sigue siendo la misma que en tiempos del Apóstol Pablo y de Bonhoeffer: encarnar el Evangelio, formar discípulos, anunciar al Cristo resucitado. Jesús nos sigue diciendo: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen” (Juan 10:27) el Buen Pastor, que dió su vida por las ovejas (Juan 10:11).

La Iglesia tiene grandes desafíos y entre ellos es, ser una comunidad que escuche y acompañe, para que nadie tenga que buscar consuelo en la frialdad de un chatbot. No basta contemplar el fenómeno con curiosidad o con miedo. Pastores, líderes, creyentes —todos— debemos preguntarnos cómo encarnar de nuevo la cercanía de Cristo en un mundo que grita por compañía. La tecnología puede ser herramienta, pero jamás sustituto. El Señor sigue llamando: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28).

¿Qué pasos concretos podemos dar, en nuestras iglesias y en nuestras propias vidas, para que esa voz viva sea escuchada con nitidez? La respuesta no puede quedar en el aire: exige oración, discernimiento y una acción valiente que devuelva a la Iglesia su lugar como hogar para los sedientos de Dios.


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2 comentarios sobre “Peligros de la IA en la Fe Cristiana: Cuando un Algoritmo Dice “Soy Jesucristo”

  1. Mis amados hermanos me parece muy bien artículo como Reflexión, sobre este tema de la IA. Y debemos de aferrarnos a Mateo 7:24 de fundamentar nuestra vida cristiana en la doctrina que nos dejó nuestro Señor JESÚS el autor y consumador de la fe.

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