El auge de “cancelar, declarar y decretar” en muchas iglesias revela un evangelio ajeno a Cristo. Un análisis bíblico, histórico y apologético que confronta la fe manipuladora y defiende la soberanía de Dios.
Cuando la fe bíblica es reemplazada por fórmulas mágicas con lenguaje cristiano.
Un lenguaje extraño al cristianismo bíblico
En los últimos diez o quince años, un vocabulario ajeno al cristianismo histórico se ha normalizado en muchas iglesias: cancelar, declarar y decretar. Se repite con tanta naturalidad que pocos se detienen a preguntar lo obvio: ¿dónde aparece esto en la enseñanza de Jesús o en la práctica apostólica? La respuesta es incómoda, pero clara: no aparece.
Este lenguaje no nace de los textos bíblicos ni de la tradición cristiana, sino de una amalgama peligrosa entre dominionismo, confesión positiva y pensamiento metafísico, corrientes que comparten una misma raíz: la creencia de que las palabras humanas poseen poder creador o controlador sobre la realidad. Eso no es fe cristiana; es pensamiento mágico con terminología religiosa.
Cambian los nombres, pero la lógica es idéntica a la del ocultismo: pronunciar las palabras correctas para forzar un resultado deseado.
Un evangelio distorsionado, no un Cristo distorsionado
Hoy día, muchos llegan a Cristo con una idea profundamente equivocada del Evangelio. No siempre es culpa del oyente; suele ser consecuencia directa del mensaje que se le predica.
Estos discursos se sostienen sobre:
- Textos bíblicos aislados y violentados fuera de su contexto
- “Revelaciones” privadas elevadas a autoridad doctrinal
- Experiencias subjetivas convertidas en norma universal
- Técnicas de mercadeo religioso y manipulación emocional
El resultado es un evangelio terapéutico, utilitarista y antropocéntrico, donde Dios existe para cumplir deseos humanos. Pero Jesús no murió en la cruz para cumplir caprichos, sino para redimir pecadores.
El gran engaño: confundir promesas de Dios con ofertas del tentador
La Escritura es brutalmente honesta: quien ofrece poder, éxito, control, fama y comodidad no es Cristo, sino Satanás. Fue exactamente eso lo que le ofreció a Jesús en el desierto (Mateo 4:8–9).
Cristo rechazó todo. Jesús jamás prometió prosperidad garantizada, ni inmunidad al sufrimiento. Prometió algo mucho más costoso: “En el mundo tendréis aflicción” (Jn 16:33).
“Mi reino no es de este mundo” (Jn 18:36). El cristianismo que vende control sobre la realidad niega la teología de la cruz.
El Evangelio que predicaron… y por el que murieron
Los primeros discípulos no solo creyeron el Evangelio: lo encarnaron hasta la muerte. No murieron como vencedores terrenales, sino como testigos fieles. Fueron decapitados, crucificados, apedreados, desollados, quemados, arrastrados y ejecutados públicamente.
Y hay un dato demoledor: no existe un solo registro histórico de que alguno intentara “decretar” su liberación.
No porque Dios no pudiera salvarlos, sino porque entendían algo que hoy parece haberse olvidado: la soberanía absoluta de Dios y el llamado al sufrimiento por causa de Cristo.
La pregunta que incomoda al cristianismo moderno
La pregunta no es retórica, es teológica: ¿Por qué Pablo no canceló la espada que lo decapitó? ¿Por qué Pedro no decretó que la cruz se desintegrara? ¿Por qué ninguno declaró polvo a sus verdugos?
La respuesta es devastadora para el evangelio del decreto: porque no creían en un Dios manipulable. Creían en un Dios soberano, no en un sistema espiritual automatizado.
Soberanía divina vs. arrogancia espiritual
Resulta irónico —y espiritualmente peligroso— que en una época donde el cristianismo apenas sufre incomodidades reales, muchos creyentes vivan decretando por cualquier contratiempo. Ni los apóstoles, ni los mártires, ni Cristo mismo usaron ese lenguaje para evadir el sufrimiento.
La fe bíblica no consiste en controlar la vida, sino en someterla a la voluntad de Dios, incluso cuando esa voluntad incluye aflicción. Dios sigue sanando, restaurando y liberando cuando quiere. Pero el mismo Dios también permite el dolor.
Conclusión: no confíes en tus palabras, confía en Dios
El Evangelio no enseña a decretar resultados, sino a perder la vida por causa de Cristo.
No nos llama a dominar el mundo, sino a vencerlo por medio de la cruz.
El cristianismo que reemplaza la oración humilde por declaraciones autoritarias no es más fuerte; es más superficial. Y una fe que no sabe sufrir no es fe bíblica.
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[…] usarse como una herramienta para obtener salud, dinero y éxito. Las palabras habladas se volvieron “decretos”, y el creyente, un “pequeño dios” con poder […]
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