La Resurrección de Jesús

La resurrección imprimió la definitividad y la certeza de la fe que ellos habían tenido en su persona, a pesar de que, ante el carácter enigmático de su predicación y sobre todo ante los acontecimientos de su pasión y de su muerte, habían reaccionado con el temor, la duda y la huida.

La credibilidad de la revelación cristiana encuentra su punto de apoyo en el acontecimiento de la resurrección de Jesús crucificado. Si este punto resiste, resiste la fe; si cae la resurrección, todo resulta superfluo.

La primera afirmación de la resurrección es el texto de 1 Cor 15,3-5: «Así, pues, os he transmitido ante todo lo que yo mismo recibí: o sea, que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, que fue sepultado y resucitó al tercer día según las Escrituras y que se apareció a Cefas». Este texto es la profesión de fe más antigua: se remonta a los años 35-40 y constituye uno de los testimonios más arcaicos.

Pablo, según el lenguaje técnico de los rabinos, «transmite» lo que «recibió», no produce nada propio ni da interpretación alguna; su tarea consiste solo en transmitir con fidelidad.

La profesión de fe pone por escrito lo que va había sido experiencia histórica de algunos testigos, los Doce y las mujeres, que habían visto resucitado a Jesús, el crucificado. Sin embargo, la fe en la resurrección no nació el día mismo de Pascua; fue madurando en el corazón y en la mente de los discípulos por la predicación misma de Jesús, que en varias ocasiones había puesto su resurrección como señal última y definitiva del amor fiel que le tenía el Padre (Mc 9,31).

La Pascua hizo explícito y evidente que la predicación de Jesús sobre el Reino de Dios encarnado en su persona de Hijo, sobre su mesianismo y sobre la salvación a través de la muerte, era ciertamente Palabra de Dios dirigida a la humanidad.

La resurrección imprimió la definitividad y la certeza de la fe que ellos habían tenido en su persona, a pesar de que, ante el carácter enigmático de su predicación y sobre todo ante los acontecimientos de su pasión y de su muerte. Habían reaccionado con el temor, la duda y la huida. En la profesión de fe pascual se encuentran sintetizados todos los elementos constitutivos de este acontecimiento salvífico, a saber:

1. La concreción de la muerte de Jesús. La crucifixión era una de las muertes más violentas y dolorosas de la antigüedad-«la más infame de las muertes», escribió Flavio Josefo. Para el mundo judío representaba, además, el signo de la maldición de Dios. La muerte de Jesús no fue una muerte aparente, al contrario, fue una muerte real y verdadera, confirmada por la apertura del costado, con la que la autoridad verificaba la realidad de la muerte de un condenado, que no hubiera muerto antes de romperle los huesos de las piernas, para evitar que siguiera respirando.

2. Jesús fue sepultado. Según la ley judía, ningún crucificado habría podido yacer en una tumba familiar, porque se le consideraba impuro, según la ley (Dt 21,22)1 esto explica el «sepulcro nuevo» donde fue puesto el cadáver. Hay que señalar, además, que su sepultura se hizo aprisa por dos motivos: el primero, en conformidad con los textos sagrados, porque estaba cerca la fiesta de la Pascua; el segundo, porque la ley romana prohibía estrictamente las lamentaciones fúnebres en el caso de los condenados a muerte.

3. La resurrección fue un acto único del Padre. El texto de 1 Cor 15,3 utiliza el verbo eghéghertai en perfecto con un significado pasivo, lo cual indica al menos dos cosas: a) que la acción que se cumple es obra del Padre, por lo que el texto diría: «Dios lo ha resucitado». b) a diferencia de la muerte y de la sepultura, donde se usa el tiempo aoristo, que indica una acción cumplida y terminada en el tiempo, aquí el perfecto expresa la continuidad de una acción: en una palabra, aquí no es que Jesús «vuelva a vivir» de la misma manera que Lázaro (Jn 12,1) o que la hija de Jairo (Mt 9,25), sino que para él la vida es ahora una acción permanente que y a no tendrá fin.

4. La aparición. La profesión de fe afirma como último elemento que Jesús «fue visto», «se dejó ver» por Pedro y luego por los Once: ¿cómo debe interpretarse esta aparición? Ciertamente, no fue ni una ilusión personal o colectiva, ni una experiencia mística. No es posible exigir a los textos lo que no quieren decirlo, en este caso, los autores sagrados no hablan de la naturaleza del contenido de las apariciones del resucitado, sino del hecho de que vieron resucitado a Jesús, el que había muerto crucificado.

Las apariciones son una mediación de la resurrección, mediante las cuales nos vemos invitados, una vez más, a dar fe a unos testigos que afirman un hecho tan grande y envuelto en el misterio, por el que estuvieron dispuestos a padecer incluso el martirio.

La resurrección, de suyo, no tiene necesidad de «pruebas». Provoca a la fe y exige una respuesta de fe, sin embargo, hay hechos que atestiguan la verdad del relato de los testigos. Ya hemos hablado de las apariciones y del sepulcro vacío, hay que recordar-además algo que confirma la verdad del hecho pascual: el cambio de vida de los discípulos.

Hay un hecho cierto: esas personas tuvieron una experiencia totalmente particular que los llevó a renunciar a todo por atestiguar el hecho de que Jesús había vuelto realmente a la vida y de que ellos lo habían visto. Un testimonio como este, rubricado por el martirio, no puede carecer de significado. Pablo está también tan convencido de él que se juega toda la vida, su conversión radical, su misión de apóstol y su predicación precisamente por este acontecimiento: «Si Cristo no ha resucitado, es vana nuestra fe y es inútil nuestra predicación» (1 Cor 1 5,14).

La resurrección de Jesús transformó su cuerpo mortal en un cuerpo «espiritual» lo que Pablo quiere decir con esta afirmación es que la resurrección de Cristo – y la nuestra en él— es principio de una vida plenamente nueva, pero que no excluye la que vivimos ahora. El cuerpo actual vive bajo el principio de la materialidad; el de la resurrección estará bajo el principio de la espiritualidad.

Si ahora vemos nuestro espíritu actuando, pero limitado en gran parte por la materialidad, en la resurrección el principio fundamental será el del espíritu, no limitado por la materialidad. Pero es evidente que el lenguaje humano no es capaz de expresar la verdad de este acontecimiento más que recurriendo al símbolo y al arte como expresión que más se acerca a la realidad espiritual y mistérica.

Así pues, la resurrección se convierte en una provocación a dar sentido a la vida, lo afirma el apóstol sin ambages: si Cristo no ha resucitado, dediquémonos a comer y a beber, porque luego moriremos (1 Cor 15,32), es decir, dejemos toda esperanza, ya que no queda más que la tristeza de la certeza de la muerte. Al contrario, la resurrección da fuerzas para seguir adelante, para saber que el pecado y la muerte ya han sido vencidos una vez por todas y que ya desde ahora nosotros, aunque marcados por la finitud y por la certeza de morir, tenemos y a los signos de la resurrección.

Esta esperanza en la resurrección se nos dio ya el día del bautismo para que no vivamos esta vida en la tristeza y en la angustia de no saber nada sobre el futuro, sino que tengamos ya en nosotros una vida divina que es capaz de transformar el presente.

R. Fisichella


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